Tom Sawyer
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Mark Twain
Los dos tuvieron una larga conversación, pero les sirvió de escaso provecho. Al
atardecer se encontraron dando vueltas en la vecindad de la solitaria cárcel, acaso
con una vaga esperanza que algo pudiera ocurrir que resolviera sus dificultades.
Pero nada sucedió: no parecía que hubiera ángeles ni hadas que se interesasen por
aquel desventurado cautivo.
Los muchachos, como otras veces habían hecho, se acercaron a la reja de la celda y
dieron a Potter tabaco y cerillas. Estaba en la planta baja y no tenía guardián.
Ante su gratitud por los regalos, siempre les remordía a ambos la conciencia, pero
esta vez más dolorosamente que nunca. Se sintieron traicioneros y cobardes hasta
el último grado cuando Potter les dijo:
-Habéis sido muy buenos conmigo, hijos; mejores que ningún otro del pueblo. Y no
lo olvido, no.
Muchas veces me digo a mí mismo, digo: «Yo les arreglaba las cometas y sus cosas
a todos los chicos y les enseñaba los buenos sitios para pescar, y era amigo de
ellos, y ahora ninguno se acuerda del pobre Muff, que está en apuros, más que Tom
y Huck. No, ellos no me olvidan -digo yo-, y yo no me olvido de ellos.» Bien,
muchachos; yo hice aquello porque estaba loco y borracho entonces; y sólo así lo
puedo comprender, y ahora me van a colgar por ello, y está bien que así sea. Está
bien, y es lo mejor además, según espero. No vamos a hablar de eso; no quiero que
os pongáis tristes, porque sois amigos míos. Pero lo que quiero deciros es que no os
emborrachéis, y así no os veréis aquí. Echaos un poco a un lado para que os vea
mejor.
Es un alivio ver caras de amigos cuando se está en este paso, y nadie viene por
aquí más que vosotros.
Caras de buenos amigos..., de buenos amigos. Subíos uno en la espalda del otro
para que pueda tocarlas.
Así está bien. Dame la mano; la tuya cabe por la reja, pero la mía no. Son manos
bien chicas, pero han ayudado mucho a Muff Potter y más le ayudarían si pudiesen.
Tom llegó a su casa tristísimo y sus sueños de aquella noche fueron una sucesión de
horrores. El próximo día y al siguiente rondó por las cercanías de la sala del
tribunal, atraído por un irresistible impulso de entrar, pero conteniéndose para
permanecer fuera. A Huck le ocurría lo mismo. Se esquivaban mutuamente con
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Preparado por Patricio Barros