Tom Sawyer
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Mark Twain
había remedio para Becky, pensó. Un momento después el maestro se irguió
amenazador. Todos los ojos se bajaron ante su mirada: había algo en ella que hasta
al más inocente sobrecogía. Hubo un momentáneo silencio; el maestro estaba
acumulando su cólera. Después habló:
-¿Quién ha rasgado este libro? Profundo silencio. Se hubiera oído volar una mosca.
La inquietud continuaba: el maestro examinaba cara por cara, buscando indicios de
culpabilidad.
-Benjamín Rogers, ¿has rasgado tú este libro? Una negativa. Otra pausa.
Joseph Harper, ¿has sido tú? Otra negativa. El nerviosismo de Tom se iba haciendo
más y más violento bajo la lenta tortura de aquel procedimiento. El maestro recorrió
con la mirada las filas de los muchachos, meditó un momento, y se volvió hacia las
niñas.
-¿Amy Lawrence? Un sacudimiento de cabeza.
-¿Gracia Miller? La misma señal.
-Susana Harper, ¿has sido tú? Otra negativa. La niña inmediata era Becky. La
excitación y lo irremediable del caso hacía temblar a Tom de la cabeza a los pies.
-Rebeca Thatcher... (Tom la miró: estaba lúcida de terror), ¿has sido tú?...; no,
mírame a la cara... (La niña levantó las manos suplicantes.) ¿Has sido tú la que has
rasgado el libro? Una idea relampagueó en el cerebro de Tom. Se puso en pie y
gritó:
-¡He sido yo!
Toda la clase se le quedó mirando, atónita ante tamaña locura. Tom permaneció un
momento inmóvil, recuperando el uso de sus dispersas facultades; y cuando se
adelantó a recibir el castigo, la sorpresa, la gratitud, la adoración que leyó en los
ojos de la pob