TOM SOWYER Tom Sawyer - Mark Twain | Page 131

Tom Sawyer www.librosmaravillosos.com Mark Twain Capítulo 20 Tom toma a su cargo el castigo de Becky Había algo en el ademán y en la expresión de tía Polly cuando besó a Tom que dejó los espíritus de éste limpios de melancolía y le tornó de nuevo feliz y contento. Se fue hacia la escuela, y tuvo la suerte de encontrarse a Becky en el camino. Su humor del momento determinaba siempre sus actos. Sin un instante de vacilación corrió a ella y le dijo: -Me he portado suciamente esta mañana, Becky. Nunca, nunca lo volveré a hacer mientras viva. ¿Vamos a echar pelillos a la mar? La niña se detuvo y le miró, desdeñosa, cara a cara. -Le agradeceré a usted que se quite de mi presencia, señor Thomas Sawyer. En mi vida volveré a hablarle. Echó atrás la cabeza y siguió adelante. Tom se quedó tan estupefacto que no tuvo ni siquiera la presencia de ánimo para decirle: « ¡Y a mí qué me importa!», hasta que el instante oportuno había ya pasado. Así es que nada dijo, pero temblaba de rabia. Entró en el patio de la escuela. Querría que Becky hubiera sido un muchacho, imaginándose la tunda que le daría si así fuera. A poco se encontró con ella, y al pasar le dijo una indirecta mortificante. Ella le soltó otra, y la brecha del odio que los separaba se hizo un abismo. Le parecía a Becky, en el acaloramiento de su rencor, que no llegaba nunca la hora de empezar la clase: tan impaciente estaba de ver a Tom azotado por el menoscabo de la gramática. Si alguna remota idea le quedaba de acusar a Alfredo Temple, la injuria de Tom la había desvanecido por completo. No sabía la pobrecilla que pronto ella misma se iba a encontrar en apuros. El maestro mister Dobbins había alcanzado la edad madura con una ambición no satisfecha. El deseo de su vida había sido llegar a hacerse doctor; pero la pobreza le había condenado a no pasar de maestro de la escuela del pueblo. Todos los días sacaba de su pupitre un libro misterioso y se absorbía en su lectura cuando las tareas de la clase se lo permitían. Guardaba aquel libro bajo llave. No había un solo chicuelo en la escuela que no pereciese de ganas de echarle una ojeada, pero nunca se les presentó ocasión. Cada chico y cada chica tenía su propia hipótesis acerca de 131 Preparado por Patricio Barros