TOM SOWYER Tom Sawyer - Mark Twain | Page 126

Tom Sawyer www.librosmaravillosos.com Mark Twain no pudieron esperar más. Ella dijo cándidamente, que «andaría por allí» al acabarse la escuela. Y él se fue disparado y lleno de rencor contra ella. -¡Cualquier otro que fuera...! -pensaba, rechinando los dientes-. ¡Cualquiera otro de todos los del pueblo, menos ese gomoso de San Luis, que presume de elegante y de aristócrata! Pero está bien. ¡Yo te zurré el primer día que pisaste este pueblo y te he de pegar otra vez! ¡Espera un poco que te pille en la calle! Te voy a coger y... Y realizó todos los actos y movimientos requeridos para dar una formidable somanta a un muchacho imaginario, soltando puñetazos al aire, sin olvidar los puntapiés y acogotamientos. -¿Qué? ¿Ya tienes bastante? ¿No puedes más, eh? Pues con eso aprenderás para otra vez. Y así el vapuleo ilusorio se acabó a su completa satisfacción. Tom volvió a su casa a mediodía. Su conciencia no podía ya soportar por más tiempo el gozo y la gratitud de Amy, y sus celos tampoco podían soportar ya más la vista del otro dolor. Becky prosiguió la contemplación de las estampas; pero como los minutos pasaban lentamente y Tom no volvió a aparecer para someterlo a nuevos tormentos, su triunfo empezó a nublarse y ella a sentir mortal aburrimiento. Se puso seria y distraída, y después, taciturna. Dos o tres veces aguzó el oído, pero no era más que una falsa alarma. Tom no aparecía. Al fin se sentó del todo desconsolada y arrepentida de haber llevado las cosas a tal extremo. El pobre Alfredo, viendo que se le iba de entre las manos sin saber por qué, seguía exclamando: « ¡Aquí hay una preciosa! ¡Mira ésta!», pero ella acabó de perder la paciencia y le dijo: « ¡Vaya, no me fastidies! ¡No me gustan!»; y rompió en lágrimas, se levantó, y se fue de allí. Alfredo la alcanzó y se puso a su lado, dispuesto a consolarla, cuando ella le dijo: -¡Vete de aquí y déjame en paz! ¡No te puedo ver! El muchacho se quedó parado, preguntándose qué es lo que podía haber hecho, pues Becky le había dicho que se estaría viendo las estampas durante todo el asueto de mediodía; y ella siguió su camino llorando. Después Alfredo entró, meditabundo, en la escuela desierta. Estaba humillado y furioso. Fácilmente rastreó la verdad: Becky había hecho de él un instrumento para desahogar su despecho contra un rival. Tal pensamiento no contribuía a disminuir 126 Preparado por Patricio Barros