A DOS DE TRES CAÍDAS
La lucha libre es un deporte espectáculo muy añejo en Centroamérica, en especial y alcanzando su auge máximo en México, que bajo un estilo propio, contagió a Estados Unidos y Japón.
A un deporte genérico México le añadió su toque cultural, creando protagonistas vistosos, coronando su personalidad con una máscara adecuada al estilo. Ha habido embozos de todo tipo, desde multicolores a algunas uniformes y formales, a veces decoradas con rasgos pertenecientes a diversas etnias o países.
Uno de los más grandes simbolos, por no decir el mayor, de la lucha libre es El Santo, un enmascarado que lucía bellos atuendos color plata y elegantes capas. Su popularidad no solo se inscribió sobre los escenarios más luminosos de la lucha libre, sino que llegó a invadir la pantalla grande, series televisivas, historietas y múltiples apariciones en medios de comunicación; todo el mundo, en los cincuentas, sesentas y setentas, moría por llevarlo a su programa o editorial. Mientras que él era una persona a quien poco le molestaba la farándula, gozaba protagonizar películas, salir con las modelos del momento, ser fotografiado manejando audaces vehículos o ser entrevistado varias veces por semana. Aquella máscara que le cubría el rostro quizás le aligeraba la expresión.
Detrás de El Santo había una cuadrilla de luchadores mediáticos y populares, como Blue Demon, El Cavernario Galindo, Black Shadow o Mil Máscaras, pero ninguno con la personalidad y estela del Enmascarado de Plata.
Prácticamente hizo de su máscara una añadidura a su cuerpo, incluso su muerte se relaciona con el desafano de su capucha. Es común, dentro de la práctica luchística, apostar las máscaras dentro de las rivalidades más encarnadas, pues resulta la forma más clara de demostrar superioridad, el despojar a tu rival de su identidad, dejando ver su rostro al mundo entero. El Santo habría encarado más de un centenar de luchas poniendo en juego su incógnita, nadie en la historia con más luchas de apuesta que él, saliendo invicto de todas, pues nunca fue desenmascarado. En 1982 en un tremendo evento realizado en un aforo tan grande como el Toreo de Cuatro Caminos, se realizó el retiro de El Santo, ante más de 25 mil personas; evento hasta hoy recordado. Años después, viviendo una faceta más discreta, El Santo fue invitado a un programa de televisión en el que de nueva cuenta lució su impecable máscara, hasta que en la recta final de la emisión, sin previo aviso se levantó la máscara frente a la cámara, dejando ver su rostro apenas unos segundos; acción inentendible, no planeada, como él mismo declaró; "le nació hacerlo". La noticia cimbró el medio y pocos meses después, a pesar de tener una salud muy estable, perdió la vida. Muchos, a manera mito urbano, atribuyen su muerte a que días antes había mostrado su rostro siendo que nunca perdió la capucha. Incluso, El Santo sería enterrado con máscara.
De entre los cientos de entrevistas que ofreció, la más entrañable fue, sin duda, la realizada por la escritora Elena Poniatowska, periodista mexicana reconocida por sus investigaciones políticas y culturales, siendo la mágica entrevista con El Santo uno de sus trabajos más recordados. Preguntas concretas y directas, el entrevistado solo participaba con lo que le pedían, se extendía poco, pero palabra alguna que salía de su memoria era intrigante; una lucha entre entrevistador y un experimentado entrevistado, lucha que iba en todos los sentidos, reñida y cerrada como cualquiera que tuviera a El Santo sobre un cuadrilátero. ¿El resultado? Una hermosa charla, precisa, que desnudaba tibiamente el rasgo personal del luchador, pero también la parte humana de aquel misterioso hombre que pocas veces se desvinculaba del personaje. Contestó temerariamente a cada una de las ‘llaves’ que lanzó Elena.
“¡Señora, señora, ya llegó y viene enmascarado! Son dos, lo acompaña un señor pelón.
¿De verdad está enmascardo?
Si, deveritas ¡Lástima que los niños estén en la escuela!”
En la biblioteca, de pie en medio de la alfombra, un hombre de porte atlético, vestido de claro, tiende su mano con gran cordialidad. A su lado, Carlos Suárez se quita el sombrero. El hombre de ropa sport beige está enmascarado; una máscara de tela de plata ajustada por medio de un cierre en la parte trasera, no permite ver ni el color de sus ojos. Su mano es fuerte; en realidad se trata de un hombre fornido. Es el Santo.
…..
Entonces ¿Usted conoce las chinches, piojos, pulgas y las cucarachas?
¿Cucarachas? ¡Un montón! Las pulgas no porque creo que nada más en los perritos. En la épica que me inicie, me hospedaba en cuartos bien malos, desvencijados, de paredes sucias. En Orizaba, en Córdoba, en Veracruz, cuantos muros húmedos y descascarados vi. En esa época no pagaba más de cincuenta, setenta y cinco centavos por una noche, y las comidas también eran baratas, pero ¡Que incomodidades¡ ¿Usted sabe, señora, cuánto hacíamos de aquí a Puebla?
Una hora y cuarenta y cinco minutos.
No, eso es ahora, señora, en aquella época, cuando bien nos iba, cuatro horas de México a Puebla, porque a veces eran cinco; el camión se iba parando como en cincuenta mil pueblitos, llegábamos a Río Blanco y allí nos bajábamos a comer tacos de carnitas, y a seguir. ¡Y el viaje a Veracruz! Ese si que era una verdadera aventura, más de doce horas ¿Usted se imagina lo que es eso?
…..
¿Le rompió usted algo a alguien?
¡Uy, señora! Los luchadores nos rompemos brazos, piernas, cabeza; lo que intentamos es sacarnos a patadas del cuadrilátero, darnos un descontón que dure varios años, si es posible toda la vida. Yo fui extraordinariamente rudo y en no pocas ocasiones sentí el odio de la afición.
Pero ¿La afición no pide ¡Sangre, sangre!?
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