Don Armando por Berenice Aguilar
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Don Armando.
No hay ritual, no hay deidad,
sólo sangre con un sabor original,
un gusto al paladar.
Eso escribió Don Armando en una nota que puso en el refrigerador.
Cuando era niño mientras jugaba en el patio de la casa de su abuelo, se tropezó con su pelota y se cayó de espaldas. Quedo inconsciente. Despertó, le dolía todo. Se sentó y comenzó a llorar, hasta que lo brazos consoladores de su abuela llegaron y así pasó su llanto. Ésta lo recostó en el sofá y le puso una cobija. Su abuela le dijo que con un té de ajenjo y árnica se solucionaría todo.
El té lo puso a enfriar junto a la ventana para que Armando no se quemara la boca al beberlo.
Mientras eso ocurría, de la azotea corría un hilo de sangre, que se convirtió después en gotas que cayeron directo a la taza de té. Armando tomo todo el té sin respirar, sin hacer gestos, sólo lo bebió de un trago.
Su sabor fue ardiente, caluroso, adictivo. Cada vena de la lengua se expandió creando una sensación de placer, que lo hizo sentir como al borde de la muerte, pero lleno de vida.
Años más tarde estudió, herbolaria y botánica para poder recrear ese sabor único en su vida, pero no lo consiguió.
Todas las noches hacia el mismo té de ajenjo y árnica, pero le agregaba ingredientes diferentes como hiervas, frutas, esencias, flores, lácteos entre otros.
Aurelio salía todas las noches a respirar el aire de la oscuridad regresando a casa, por las mañanas. Con su pelaje como el de una pantera, negro y sus ojos amarillos, sus orejas picudas en donde escucha algo más que sus aullidos y los lamentos de los vivos y muertos hacían de Aurelio algo mágico en su ser.
Esa noche la luna era realmente espectacular. Aurelio decidió regresar antes de lo previsto a casa. Pero en el camino se encontró a un colega y tras una calurosa discusión, comenzaron los golpes hasta que Aurelio lo dejo tendido en el piso. En la pelea éste quedo herido de una pata por lo que necesito de la ayuda de Armando, pero este lo ignoro y decidió seguir con su trabajo.