Leche por Ivan Lavin
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Al día siguiente solo estaban las cabezas de los canarios dentro de la jaula, cabezas con ojos espantados, quietos, congelados; el resto del cuerpo se lo llevaban los gatos. Era un misterio como lograban hacerlo pues la jaula seguía bien cerrada, como ingeniosos asesinos dejaban una incógnita en su crimen para burlarse de todos más la evidencia sádica, como marca personal, de dejar las cabezas siempre dentro de la jaula.
Una imagen demasiada espantosa para recibirla en horas tan tempranas del día. Es lo primero que hace la vieja al despertarse: ir a alimentar a sus canarios.
La primera vez dice que se le revolvió el estomago después la imagen regresaba a sus ojos inesperadamente, traumándola, ver la cabeza con la sangre ya negra del pájaro que ella amaba tanto, y los días que siguieron ver a todos los canarios ya muertos y las cabezas regadas por la jaula en una matanza limpia sin huellas, que se concentraba en un horror delicado, matutino, grotesco pero limpio por naturaleza.
Sin embargo para la ella esto ya era demasiado; esta violencia animal interrumpía bruscamente la paz que rodeaba su vejez. Su corazón le dolía, sus ojos se volvieron tristes y todo parecía terminar aquí. Pero no fue así, dentro de su cuerpo débil había sangre que parecía brotar con deseo enojado de venganza, con la pasión que muestran las madres cuando les matan a sus hijos, ese deseo de justicia se convirtió en energía para buscar como hacerles daño a esos gatos que la habían lastimado tanto.
A la gata blanca la veía desde lejos, luego la veía justo enfrente de ella, inmóvil; pero no se dejaba hacer nada, le gritaba groserías y la aventaba piedras pero nunca le daba. La habilidad de la gata demostraba cierta burla y provocación, su cabeza parecía asomarse a la jaula para ver si ya habían llegado más canarios luego una mirada interrogativa hacia la vieja preguntándole: cuando, cuando traerás más pájaros.
Estas situaciones aumentaban los deseos de venganza y orillaban a buscar otros métodos de ataque. Echó veneno, lo envolvía con jamón, pero subestimaba la intuición de los gatos, que dejaban el jamón ahí como una tentación que encerraba una trampa. Sabiduría maldita de los gatos. La vieja tendría que ser más inteligente darles en un punto débil y así fue.