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Estética
nalismo todo esfuerzo por hacer dúctiles las
formas, por aproximar lo escultórico a lo arquitectónico, por recordar las ancestrales figuras de
la arcilla como formas fundacionales de esta plástica dimensión representadas en las cúpulas. Pero
es evidente que esta ruta secundaria, que trata de
pensar las propuestas de la arquitectura desde un
punto de vista ajeno a sus intenciones de producción, nos aleja de la búsqueda real de una entrega
de la obra al oculto hemisferio de lo irracional.
En este sentido encontraríamos hasta aquí
sólo los precedentes de lo que en las últimas décadas representa una verdadera crisis del racionalismo arquitectónico, que probablemente implique la misma intención de socavar los principios
de las otras artes que en este proceso se han adelantado. Así, como crisis directamente enfocada
a los procesos de producción de la obra, entendemos algunos de los ejercicios llamados deconstructivistas en una primera instancia, en los círculos arquitectónicos de los años 80, siguiendo
un término que deriva de la lingüística contemporánea, y que implica de una manera general
la desarticulación de los procesos de la tradición. Hay en estos esfuerzos recientes mucho
más que un orillar lo irracional, como el amasijo de formas que ha construido Frank Gehry
para el museo Guggenheim de Bilbao, o como
las convulsivas arquitecturas de Coop Himmelblau, algunas de ellas edificadas sobre bocetos
que se realizan a más de una mano, con los ojos
cerrados y sin una intención delimitada, como
siguiendo las precisas instrucciones metodológicas que Breton daba también para la escritura
automática, en el primer manifiesto del Surrealismo de 1924. De este modo, podemos certificar en la estricta experiencia contemporánea
no sólo una inclinación hacia las formas vitales,
desmadejadas, que pone en crisis las aparentes
predilecciones de la arquitectura por el orden, la
mesura, la proporción y la medida humana; sino
una programada operación de desmantelamiento
de los valores estéticos de la tradición.
El azar es una ley que rebasa la aproximación a la gestualidad de la mano, y abandonar a
ella los elementos rectores del proyecto es una
operación distinta. El automatismo en el campo
de la arquitectura es un síntoma de descrédito en
el valor rector de la razón, ya no sólo la exploración de una plástica ajena a las comprometidas
leyes de la matemática. Es una propuesta radical de enajenación cuyas posibilidades futuras
cabe esperar todavía, ya que los ejercicios que
las prefiguran son sólo, en el mundo concreto de
la arquitectura, débiles promesas. Meros anuncios de un improbable final.
© Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.