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82 Introducción a la arquitectura. Conceptos fundamentales de San Pietro in Montorio de Bramante, difundido por los grabados de Palladio, en la cúpula de la catedral de Saint Paul de Londres, elaborada por el astrónomo y arquitecto Christopher Wren. En España el clasicismo se estableció bajo la apariencia de un racionalismo que enmarcaba la pretendida dignidad imperial del tiempo de Felipe II, y del cual, las aplicaciones constructivas, así como las interpretaciones teóricas, encerraban en sustancia un ancestral misticismo de génesis medieval, expreso en la radical sobriedad que certifica la obra de San Lorenzo del Escorial. Es preciso remarcar que en la propagación del sistema clásico al resto de Europa se adelanta el texto a la obra construida, ya que antes se difunde por la vía recientemente abierta de la imprenta que por el contagio mismo de las imágenes concretas y construidas, de las cuales los libros que recogen la teoría del clasicismo también dan noticia. Progresivamente, el clasicismo adquiere los rasgos de una normativa, es decir, adquiere un carácter legislativo, que está también respaldado por la íntima asociación entre teoría y construcción, entre investigación arqueológica y realización de nuevas obras. Esta normativa es de orden estético, va dirigida a la construcción de edificios bellos, y todavía esta belleza tiene una adherencia antigua: quiere proponerse como testimonio de la verdad. Por tanto, adquiere la dimensión de una manera única, que despeja los errores de los oscuros tiempos medievales, y que no acepta la pluralidad de propuestas que inevitablemente se superponen en el mapa de Europa y que constituirán el carácter del futuro que establecerá en esta pluralidad la crisis del clasicismo. El intelectualismo Barroco hacia la clausura de la tradición del clasicismo Al margen de este círculo en el que se consolida la primera tradición autónoma de la arquitectura, en su misma región de sombra o en el seguimiento de los tanteos de sus espacios periféricos, ya realizados por la pericia plástica de Miguel Angel, se desdoblan las intensidades formales del Barroco, que toman también en Italia sus primeras expresiones. El Barroco no sólo puede ser entendido como sombra de la estricta ortodoxia del clasicismo: es la fuerza generada por sus propuestas iniciales que se desata como culminación de las posibilidades plásticas que encierra en su origen. Heinrich Wölfflin en su obra Renacimiento y Barroco (1888), corrigiendo el menosprecio neoclásico de Milizia que nombró por vez primera el Barroco, entendió este proceso como evolución de la visión, desde la contemplación de lo inteligible, hacia la celebración de lo sensible. Construyó con este concepto una de las primeras diferenciaciones teóricas entre la belleza clásica y la barroca que no excluía a ninguna de ellas, sino que las orientaba a una comprensión de sus diferencias. Pero no es ésta la única interpretación de las asombrosas desviaciones barrocas de la norma clásica: las intensas modulaciones de los órdenes pueden ser entendidas también como estribaciones necesarias de la experiencia estética del clasicismo. También el Barroco, aunque carece de elaboraciones teóricas, es, de algún modo, un intelectualismo: responde a una extrema elaboración de los conceptos matemáticos y de los arabescos geométricos que sustentan las formas de la arquitectura, y a una especial erudición en el conocimiento de la antigüedad. Así lo muestra la arquitectura © Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.