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11 Prólogo Prólogo Ver la arquitectura, entenderla y sentirla no es algo inmediato. Requiere un aprendizaje. Así como para escuchar música o para leer poesía no es suficiente una simple predisposición natural, para la arquitectura sucede exactamente lo mismo. Existe, tal vez, la falsa convicción de que, puesto que la arquitectura nos envuelve constantemente, vivimos en ella y la percibimos tanto si le prestamos atención como si la experimentamos de un modo distraído, esta experiencia no necesita ningún tipo de preparación. También oímos toda suerte de ruidos y músicas que nos llegan desde cualquier parte. Pero con ello no accedemos a la sutileza de una cadencia o al juego temático de una sonata, ni gozamos de ellos. Sólo oyendo atentamente y conociendo las intenciones y las diferencias se abre ante nosotros el amplio mundo de la creación musical, de sus distintas sensibilidades. Nuestro oído incrementa su capacidad de distinguir en la medida que nuestros conocimientos de historia de la música, de sus técnicas y de sus referencias nos permiten ahondar en un universo rico en matices y contenidos. Una cosa es leer los periódicos o una hoja informativa. Pero con ello no estamos ni siquiera abriendo la caja infinita de la riqueza del lenguaje. La poesía nos invita a realizar este viaje por el cual las palabras de siempre, las de nuestra conversación o lectura cotidiana, desvelan sensaciones mucho más ricas que las del lenguaje cotidiano. Metáforas, ritmos, connotaciones múltiples del tesoro de la lengua que sólo el afinado instrumento del poeta es capaz de desplegar ante nosotros. Conocimiento e imaginación son emplazados para que, con la lectura, podamos acceder a nuevos y diversos modos de percibir, de sentir el paisaje, la vida personal, los grandes asuntos de la vida y la muerte. Pero la poesía no se nos entrega sin esfuerzo. Requiere también un aprendizaje. Un conocimiento de los repliegues de la lengua, de su literatura. Un oído musical y rítmico. Un conocimiento filológico, histórico, formal, que se adquiere leyendo más y más poesía, estudiándola, entendiendo sus diferencias, degustando su particular modo de producirse. En el caso de la arquitectura sucede exactamente lo mismo. Es ingenuo o grosero pensar que todo es evidente. Que no es necesario aprender porque nuestra experiencia inmediata ya nos da acceso a todas las posibles riquezas del espacio intencional que conforman la arquitectura. Por el contrario, se aprende a ver y a sentir la arquitectura en primer lugar repitiendo una y cien veces el esfuerzo de querer verla y sen- © Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.