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Prólogo
Prólogo
Ver la arquitectura, entenderla y sentirla no es
algo inmediato. Requiere un aprendizaje. Así
como para escuchar música o para leer poesía
no es suficiente una simple predisposición natural, para la arquitectura sucede exactamente lo
mismo. Existe, tal vez, la falsa convicción de
que, puesto que la arquitectura nos envuelve
constantemente, vivimos en ella y la percibimos
tanto si le prestamos atención como si la experimentamos de un modo distraído, esta experiencia no necesita ningún tipo de preparación.
También oímos toda suerte de ruidos y
músicas que nos llegan desde cualquier parte.
Pero con ello no accedemos a la sutileza de
una cadencia o al juego temático de una sonata,
ni gozamos de ellos. Sólo oyendo atentamente
y conociendo las intenciones y las diferencias
se abre ante nosotros el amplio mundo de la
creación musical, de sus distintas sensibilidades.
Nuestro oído incrementa su capacidad de distinguir en la medida que nuestros conocimientos de
historia de la música, de sus técnicas y de sus
referencias nos permiten ahondar en un universo
rico en matices y contenidos.
Una cosa es leer los periódicos o una hoja
informativa. Pero con ello no estamos ni siquiera
abriendo la caja infinita de la riqueza del lenguaje. La poesía nos invita a realizar este viaje
por el cual las palabras de siempre, las de nuestra conversación o lectura cotidiana, desvelan
sensaciones mucho más ricas que las del lenguaje cotidiano. Metáforas, ritmos, connotaciones múltiples del tesoro de la lengua que sólo el
afinado instrumento del poeta es capaz de desplegar ante nosotros. Conocimiento e imaginación son emplazados para que, con la lectura,
podamos acceder a nuevos y diversos modos de
percibir, de sentir el paisaje, la vida personal, los
grandes asuntos de la vida y la muerte. Pero la
poesía no se nos entrega sin esfuerzo. Requiere
también un aprendizaje. Un conocimiento de los
repliegues de la lengua, de su literatura. Un oído
musical y rítmico. Un conocimiento filológico,
histórico, formal, que se adquiere leyendo más y
más poesía, estudiándola, entendiendo sus diferencias, degustando su particular modo de producirse.
En el caso de la arquitectura sucede exactamente lo mismo. Es ingenuo o grosero pensar
que todo es evidente. Que no es necesario aprender porque nuestra experiencia inmediata ya nos
da acceso a todas las posibles riquezas del espacio intencional que conforman la arquitectura.
Por el contrario, se aprende a ver y a sentir
la arquitectura en primer lugar repitiendo una
y cien veces el esfuerzo de querer verla y sen-
© Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.