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123 Función el proyecto. En un mundo que valora la velocidad y la considera fuente de poder, los aeropuertos se convierten en la puerta de entrada principal a las ciudades, emblemas que ofrecen al viajero la primera imagen del lugar donde aterriza. Si el programa de uso, el mismo en todas partes, tiende a uniformar, el deseo postmoderno de poseer una obra original inclina a la arquitectura a soluciones formalmente singulares. Si el Estilo Internacional pugnaba por una arquitectura que eliminara las fronteras, ahora importa destacarse. En la competencia entre metrópolis por captar inversiones, por alojar sedes de grandes empresas, la arquitectura no sólo ha de ser un mecanismo eficaz, sino también un logotipo atractivo. También las estaciones de los trenes de alta velocidad juegan un papel parecido a los aeropuertos. Como ellos son lugares de tránsito; pero normalmente más próximas a las aglomeraciones urbanas constituyen un polo que atrae diversas actividades: hoteles, centros comerciales, palacios de exposiciones, oficinas. En las metrópolis contemporáneas la jerarquía de espacios no se produce en relación a una paralela segregación de funciones, como proponía el urbanismo de los CIAM, sino que se apoya en la mezcla, la heterogeneidad funcional. En estas áreas de enlaces de medios de transporte, la arquitectura es el escenario donde la multitud se mueve formando ríos humanos. En nuestra sociedad del espectáculo nada más adecuado que acentuar con la plástica de la arquitectura la densidad de impresiones sensoriales producidas por la vida urbana. La arquitectura se convierte en una gigantesca escenografía por la que moverse simultáneamente como actor y espectador. En 1922, algunos dibujos de Le Corbusier para la Ville Contemporaine de 3 millions d'habitants permitían imaginar al habitante sentado en la terraza contemplando el espectáculo moderno de los aviones aterrizando en el centro de la ciudad. Entonces, tal vez podía pensarse una ciudad sabia, correcta y magníficamente ordenada por el arquitecto que controlaba su forma y actividades. Al menos esto pretendía Le Corbusier que, en Urbanisme, clasifica los habitantes de su ciudad y hasta planifica de manera precisa sus horarios cotidianos. Hoy todo es distinto; la arquitectura de las ciudades europeas, incluso en los grandes encargos, suele moverse por los intersticios que la historia de la ciudad ha dejado libres. O por áreas ocupadas por edificios o usos obsoletos, cuyos perímetros han perdido el sentido que tenían originariamente. En estas difíciles condiciones, aceptadas sin reparos, el arquitecto debe moldear la obra, implantarla con astucia. Hoy, más que nunca, la arquitectura debe estar atenta a su entorno urbano. Explicando el Congrexpo en Lille (1990-1994), Rem Koolhaas cuenta como “empezamos a darnos cuenta de que nuestra arquitectura estaba cambiando debido a la experiencia que nos daba el urbanismo. Nos pareció interesante hacer en arquitectura lo que podíamos plantear en urbanismo: extender los límites, generar posibilidades.”39 Entre el centro histórico y la periferia, la estación del T.A.V. desencadena una operación de rentabilización del suelo. Dos rascacielos de oficinas, el del World Trade Center y el del Credit Lyonnais; un hotel de 4 estrellas; un centro comercial y recreativo; un “1992-1996. Oma / Rem Koolhaas”, en El Croquis. núm. 79. Madrid, 1996, p.38. 39 © Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.