llevaba atraillado un mastín.
¿Adónde vas? -le preguntó Sandokán, cortándole el paso.
-Busco la pista de un tigre -contestó el negro.
-¿Y quién te ha dado permiso para cazar en mis bosques?
-Estoy al servicio de lord Guldek.
-¡Está bien! Ahora dime, esclavo maldito, ¿has oído hablar de una joven que se llama
la Perla de Labuán?
-¿Quién no conoce en esta isla a esa bella criatura? Es el buen genio de Labuán, a
quien todos quieren y adoran.
-¿Es hermosa? -preguntó Sandokán emocionado. -Creo que ninguna mujer se le puede
comparar. Un fuerte sobresalto se apoderó del Tigre de Malasia.
-Dime -volvió a preguntar después de un instante de silencio-, ¿dónde vive?
-A dos kilómetros de aquí, en medio de una pradera.
-Me basta con eso; vete y, si estimas en algo tu vida, no mires para atrás.
Le dio un puñado de monedas de oro y, cuando el negro desapareció, se sentó a los
pies de un gran artocarpus, murmurando:
-Esperamos la noche, y después iremos a echar un vistazo por los alrededores.
Patán lo imitó, tumbándose a la sombra de una areca, pero con la carabina a mano.
Serían las tres de la tarde, cuando un acontecimiento imprevisto vino a interrumpir su
espera.
Del lado de la costa se oyó un cañonazo, que hizo callar bruscamente a todos los
pájaros que poblaban los bosques.
Sandokán se puso en pie de un salto, con la carabina entre las manos, completamente
transfigurado.
-¡Un cañonazo! -exclamó-. ¡Vámonos, Patán! ¡Veo sangre!
Y se lanzó a saltos de tigre a través de la selva, seguido por el malayo, que, a pesar de
ser ágil como un ciervo, a duras penas podía mantenerse detrás.
4
Tigres y leopardos
En menos de diez minutos, los dos piratas alcanzaron la orilla del río. Todos los
hombres habían subido a bordo de los praos y estaban desplegando todas las velas aunque
hacía muy poco viento.
-¿Qué sucede? -preguntó Sandokán, saltando al puente.
-Capitán, nos están atacando -dijo Giro-Batol-. Un crucero nos cierra la salida en la
desembocadura del río.
-¡Ah! -dijo el Tigre-. ¿Vienen a atacarme hasta aquí esos ingleses? ¡Pues bien, mis
cachorros, empuñad las armas, y nos haremos a la mar! ¡Vamos a demostrar a esos hombres
cómo luchan los tigres de Mompracem!
-¡Viva el Tigre! -gritaron las dos tripulaciones con terrible entusiasmo-. ¡Al abordaje!
¡Al abordaje!
Un instante después, los dos barcos bajaban por el río y tres minutos más tarde se
encontraban en pleno mar.
A seiscientos metros de la orilla, un gran buque, que rebasaba las mil quinientas
Página 14