Test Drive | Page 14

llevaba atraillado un mastín. ¿Adónde vas? -le preguntó Sandokán, cortándole el paso. -Busco la pista de un tigre -contestó el negro. -¿Y quién te ha dado permiso para cazar en mis bosques? -Estoy al servicio de lord Guldek. -¡Está bien! Ahora dime, esclavo maldito, ¿has oído hablar de una joven que se llama la Perla de Labuán? -¿Quién no conoce en esta isla a esa bella criatura? Es el buen genio de Labuán, a quien todos quieren y adoran. -¿Es hermosa? -preguntó Sandokán emocionado. -Creo que ninguna mujer se le puede comparar. Un fuerte sobresalto se apoderó del Tigre de Malasia. -Dime -volvió a preguntar después de un instante de silencio-, ¿dónde vive? -A dos kilómetros de aquí, en medio de una pradera. -Me basta con eso; vete y, si estimas en algo tu vida, no mires para atrás. Le dio un puñado de monedas de oro y, cuando el negro desapareció, se sentó a los pies de un gran artocarpus, murmurando: -Esperamos la noche, y después iremos a echar un vistazo por los alrededores. Patán lo imitó, tumbándose a la sombra de una areca, pero con la carabina a mano. Serían las tres de la tarde, cuando un acontecimiento imprevisto vino a interrumpir su espera. Del lado de la costa se oyó un cañonazo, que hizo callar bruscamente a todos los pájaros que poblaban los bosques. Sandokán se puso en pie de un salto, con la carabina entre las manos, completamente transfigurado. -¡Un cañonazo! -exclamó-. ¡Vámonos, Patán! ¡Veo sangre! Y se lanzó a saltos de tigre a través de la selva, seguido por el malayo, que, a pesar de ser ágil como un ciervo, a duras penas podía mantenerse detrás. 4 Tigres y leopardos En menos de diez minutos, los dos piratas alcanzaron la orilla del río. Todos los hombres habían subido a bordo de los praos y estaban desplegando todas las velas aunque hacía muy poco viento. -¿Qué sucede? -preguntó Sandokán, saltando al puente. -Capitán, nos están atacando -dijo Giro-Batol-. Un crucero nos cierra la salida en la desembocadura del río. -¡Ah! -dijo el Tigre-. ¿Vienen a atacarme hasta aquí esos ingleses? ¡Pues bien, mis cachorros, empuñad las armas, y nos haremos a la mar! ¡Vamos a demostrar a esos hombres cómo luchan los tigres de Mompracem! -¡Viva el Tigre! -gritaron las dos tripulaciones con terrible entusiasmo-. ¡Al abordaje! ¡Al abordaje! Un instante después, los dos barcos bajaban por el río y tres minutos más tarde se encontraban en pleno mar. A seiscientos metros de la orilla, un gran buque, que rebasaba las mil quinientas Página 14