-¿Y no os habéis encontrado con los piratas de Mompracem?
-Ni uno solo, camarada. Esos pillos tienen muchas cosas que hacer en estos momentos
para estar rondando por aquí. Vamos, llevadme hasta el lord.
-Venid.
El portugués hizo acopio de toda su audacia para afrontar al peligroso hombre y siguió
al suboficial afectando la calma y la rigidez de la raza anglosajona.
-Esperad aquí -dijo el sargento después de haber lo hecho entrar en un salón.
Yáñez, al quedarse solo, se puso a observarlo todo atentamente, para ver si era posible
un golpe de mano, pero tuvo que convencerse de que toda tentativa habría resultado inútil,
porque las ventanas eran altísimas y los muros y las puertas muy gruesos.
-No importa -murmuró-. Daremos el golpe en el bosque.
En aquel momento volvía a entrar el sargento. -El lord os espera -dijo, indicándole la
puerta que había dejado abierta.
El portugués sintió que un escalofrío corría por sus huesos y palideció un poco.
«Yáñez mío, sé prudente y firme», se dijo.
Entró con la mano derecha en el sombrero y se encontró en un hermoso gabinete,
amueblado con mucha elegancia. En un rincón, sentado ante una mesa de trabajo, estaba el
lord, vestido sencillamente de blanco, con el rostro sombrío y la mirada iracunda.
Miró en silencio a Yáñez, clavándole los ojos encima como si quisiera adivinar los
pensamientos del recién llegado, y luego dijo en un tono cortante:
-¿Venís de Victoria?
-Sí, milord -respondió Yáñez con voz firme. -¿De parte del baronet?
-Sí.
-¿Os ha dado alguna carta para mí? -Ninguna.
-¿Tenéis que decirme alguna cosa? -Sí, milord.
-Hablad.
-Me ha mandado a deciros que el Tigre de Malasia ha sido cercado por las tropas en
una bahía del sur.
El lord se puso en pie con los ojos resplandecientes y el rostro radiante.
-¡El Tigre cercado por nuestros soldados! -exclamó.
-Sí, y parece que todo ha terminado para siempre para ese pillo, porque ya no tiene
salvación.
-Pero ¿estáis seguro de lo que decís? -Segurísimo, milord.
-¿Quién sois vos?
-Un pariente del baronet William -respondió
Yáñez audazmente.
-Pero ¿cuánto tiempo hace que os encontráis en
Labuán?
-Quince días.
-Entonces sabréis también que mi sobrina... -Es la prometida de mi primo William
-dijo Yáñez sonriendo.
-He tenido mucho gusto en conoceros, señor -dijo el lord, estrechándole la mano-.
Pero decidme, ¿cuándo fue atacado Sandokán?
-Esta mañana al alba, mientras atravesaba un bosque a la cabeza de una gran banda de
piratas.
-¡Pero entonces ese hombre es el demonio! ¡Ayer por la tarde estaba aquí! ¿Es posible
que en tan pocas horas haya recorrido tanto camino?
-Se dice que llevaba caballos consigo.
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