Test Drive | Page 125

El soldado vaciló, pero viendo al pirata aproximar de nuevo el kriss, prosiguió: -Para llevarle una carta del baronet William Rosenthal. Un relámpago de furor brilló en los ojos de Sandokán al oír aquel nombre. -¡Dame esa carta! -exclamó con voz ronca. -Está en mi casco, escondida bajo el forro. Yáñez recogió el sombrero del cipayo, arrancó el forro e hizo saltar fuera la carta, que abrió enseguida. -¡Bah!... Cosas viejas -dijo, después de haberla leído. -¿Qué escribe ese perro del baronet? -preguntó Sandokán. -Advierte al lord de nuestro inminente desembarco en Labuán. Dice que un crucero ha visto a uno de nuestros barcos correr hacia estas costas y le aconseja que vigile atentamente. -¿Nada más? -¡OH, sí! Envía mil respetuosos saludos a tu querida Marianna con un juramento de amor eterno. -¡Que Dios condene a ese maldito! ¡Ay de él el día en que me lo encuentre en mi camino! Juioko -dijo el portugués, que parecía observar con profunda atención la caligrafía de la carta-. Manda un hombre al prao y que me traiga papel de carta, pluma y tintero. -¿Para qué quieres todos esos objetos? -preguntó Sandokán con estupor. -Son necesarios para mi proyecto. -¿Pero de qué proyecto estás hablando? -Del que vengo meditando desde hace media hora. -Explícate de una vez. -¡Si no quiero hacer otra cosa! Voy a ir a la quinta de lord James. -¡Tú!... -Yo, justamente yo -respondió Yáñez con perfecta calma. -¿Pero de qué modo? -En la piel de ese cipayo. ¡Por Júpiter! ¡Ya verás qué buen soldado hago! -Empiezo a comprender. Te pones el uniforme del cipayo, finges llegar de Victoria y... -Aconsejo al lord que se marche a su vez, para hacerlo caer en la emboscada que tú le prepararás. -¡Ah, Yáñez! -exclamó Sandokán, dándole un abrazo. -Despacio, hermanito mío, no me rompas un brazo. -Si lo consigues, te lo deberé todo. -Espero conseguirlo. -Pero te expones a un gran peligro. -¡Bah! Saldré de este enredo con honor y sin daño. -Pero ¿para qué quieres el tintero? -Para escribir una carta al lord. -No te lo aconsejo, Yáñez. Es un hombre suspicaz y si ve que los rasgos de la letra no son exactos, puede hacerte fusilar. -Tienes razón, Sandokán. Es mejor que le diga de palabra lo que quería escribirle. Vamos, haz desnudar al cipayo. A una señal de Sandokán, dos piratas desataron al soldado y lo despojaron del uniforme. El pobre soldado se creyó perdido. -¿Vais a matarme? -preguntó a Sandokán. -No -respondió éste-. Tu muerte no me sería de ninguna utilidad y te perdono la vida; pero quedarás prisionero en mi prao mientras nosotros permanezcamos aquí. -Gracias, señor. Yáñez, entretanto, se estaba vistiendo. El uniforme le venía un poco estrecho, pero tanto hizo, que en poco tiempo estuvo completamente equipado. -Mira, hermanito mío, qué hermoso soldado --dijo sujetándose el sable-. Jamás creí que tendría tan espléndida figura. -Sí, verdaderamente eres un hermoso cipayo -respondió Sandokán riendo-. Ahora Página 125