El soldado vaciló, pero viendo al pirata aproximar de nuevo el kriss, prosiguió:
-Para llevarle una carta del baronet William Rosenthal.
Un relámpago de furor brilló en los ojos de Sandokán al oír aquel nombre.
-¡Dame esa carta! -exclamó con voz ronca.
-Está en mi casco, escondida bajo el forro. Yáñez recogió el sombrero del cipayo,
arrancó el forro e hizo saltar fuera la carta, que abrió enseguida. -¡Bah!... Cosas viejas -dijo,
después de haberla leído.
-¿Qué escribe ese perro del baronet? -preguntó
Sandokán.
-Advierte al lord de nuestro inminente desembarco en Labuán. Dice que un crucero ha
visto a uno de nuestros barcos correr hacia estas costas y le aconseja que vigile atentamente.
-¿Nada más?
-¡OH, sí! Envía mil respetuosos saludos a tu querida Marianna con un juramento de
amor eterno. -¡Que Dios condene a ese maldito! ¡Ay de él el día en que me lo encuentre en mi
camino!
Juioko -dijo el portugués, que parecía observar con profunda atención la caligrafía de
la carta-. Manda un hombre al prao y que me traiga papel de carta, pluma y tintero.
-¿Para qué quieres todos esos objetos? -preguntó Sandokán con estupor.
-Son necesarios para mi proyecto. -¿Pero de qué proyecto estás hablando?
-Del que vengo meditando desde hace media hora. -Explícate de una vez.
-¡Si no quiero hacer otra cosa! Voy a ir a la quinta de lord James.
-¡Tú!...
-Yo, justamente yo -respondió Yáñez con perfecta calma.
-¿Pero de qué modo?
-En la piel de ese cipayo. ¡Por Júpiter! ¡Ya verás qué buen soldado hago!
-Empiezo a comprender. Te pones el uniforme del cipayo, finges llegar de Victoria y...
-Aconsejo al lord que se marche a su vez, para hacerlo caer en la emboscada que tú le
prepararás.
-¡Ah, Yáñez! -exclamó Sandokán, dándole un abrazo.
-Despacio, hermanito mío, no me rompas un brazo. -Si lo consigues, te lo deberé todo.
-Espero conseguirlo.
-Pero te expones a un gran peligro.
-¡Bah! Saldré de este enredo con honor y sin daño. -Pero ¿para qué quieres el tintero?
-Para escribir una carta al lord. -No te lo aconsejo, Yáñez. Es un hombre suspicaz y si ve que
los rasgos de la letra no son exactos, puede hacerte fusilar.
-Tienes razón, Sandokán. Es mejor que le diga de palabra lo que quería escribirle.
Vamos, haz desnudar al cipayo.
A una señal de Sandokán, dos piratas desataron al soldado y lo despojaron del
uniforme. El pobre soldado se creyó perdido.
-¿Vais a matarme? -preguntó a Sandokán.
-No -respondió éste-. Tu muerte no me sería de ninguna utilidad y te perdono la vida;
pero quedarás prisionero en mi prao mientras nosotros permanezcamos aquí.
-Gracias, señor.
Yáñez, entretanto, se estaba vistiendo. El uniforme le venía un poco estrecho, pero
tanto hizo, que en poco tiempo estuvo completamente equipado.
-Mira, hermanito mío, qué hermoso soldado --dijo sujetándose el sable-. Jamás creí
que tendría tan espléndida figura.
-Sí, verdaderamente eres un hermoso cipayo -respondió Sandokán riendo-. Ahora
Página 125