3. Un caso de identidad
––Querido amigo ––dijo Sherlock Holmes mientras nos senta amos a uno y otro lado de
la chimenea en sus aposentos de Baker Street––. La vida es infinitamente más extraña
que cualquier cosa que pueda inventar la mente humana. No nos atreveríamos a imaginar
ciertas cosas que en realidad son de lo más corriente. Si pudiéramos salir volando por esa
ventana, cogidos de la mano, sobrevolar esta gran ciudad, levantar con cuidado los
tejados y espiar todas las cosas raras que pasan, las extrañas coincidencias, las intrigas,
los engaños, los prodigiosos encadenamientos de circunstancias que se extienden de
generación en generación y acaban conduciendo a los resultados más extravagantes, nos
parecería que las historias de ficción, con sus convencionalismos y sus conclusiones
sabidas de antemano, son algo trasnochado e insípido.
––Pues yo no estoy convencido de eso ––repliqué––. Los casos que salen a la luz en los
periódicos son, como regla general, bastante prosaicos y vulgares. En los informes de la
policía podemos ver el realismo llevado a sus últimos límites y, sin embargo, debemos
confesar que el resultado no tiene nada de fascinante ni de artístico.
––Para lograr un efecto realista es preciso ejercer una cierta selección y discreción ––
contestó Holmes––. Esto se echa de menos en los informes policiales, donde se tiende a
poner más énfasis en las perogrulladas del magistrado que en los detalles, que para una
persona observadora encierran toda la esencia vital del caso. Puede creerme, no existe
nada tan antinatural como lo absolutamente vulgar.
Sonreí y negué con la cabeza.
––Entiendo perfectamente que piense usted así ––dije––. Por supuesto, dada su
posición de asesor extraoficial, que presta ayuda a todo el que se encuentre absolutamente
desconcertado, en toda la extensión de tres continentes, entra usted en contacto con todo
lo extraño y fantástico. Pero veamos ––recogí del suelo el periódico de la mañana––, vamos
a hacer un experimento práctico. El primer titular con el que me encuentro es:
«Crueldad de un marido con su mujer». Hay media columna de texto, pero sin necesidad
de leerlo ya sé que todo me va a resultar familiar. Tenemos, naturalmente, a la otra mujer,
la bebida, el insulto, la bofetada, las lesiones, la hermana o casera comprensiva. Ni el más
ramplón de los escritores podría haber inventado algo tan ramplón.
––Pues resulta que ha escogido un ejemplo que no favorece nada a su argumentación –
–dijo Holmes, tomando el periódico y echándole un vistazo––. Se trata del proceso de
separación de los Dundas, y da la casualidad de que yo intervine en el esclarecimiento de
algunos pequeños detalles relacionados con el caso. El marido era abstemio, no existía
otra mujer, y el comportamiento del que se quejaba la esposa consistía en que el marido
había adquirido la costumbre de rematar todas las comidas quitándose la dentadura
postiza y arrojándosela a su esposa, lo cual, estará usted de acuerdo, no es la clase de acto
que se le suele ocurrir a un novelista corriente. Tome una pizca de rapé, doctor, y
reconozca que me he apuntado un tanto con este ejemplo suyo.
Me alargó una cajita de rapé de oro viejo, con una gran amatista en el centro de la tapa.
Su esplendor contrastaba de tal modo con las costumbres hogareñas y la vida sencilla de
Holmes que no pude evitar un comentario.
––¡Ah! ––dijo––. Olvidaba que llevamos varias semanas sin vernos. Es un pequeño
recuerdo del rey de Bohemia, como pago por mi ayuda en el caso de los documentos de
Irene Adler.
––¿Y el anillo? ––pregunté, mirando un precioso brillante que refulgía sobre su dedo.
––Es de la familia real de Holanda, pero el asunto en el que presté mis servicios era tan
delicado que no puedo confiárselo ni siquiera a usted, benévolo cronista de uno o dos de
mis pequeños misterios.
––¿Y ahora tiene entre manos algún caso? ––pregunté interesado.
––Diez o doce, pero ninguno presenta aspectos de interés. Ya me entiende, son
importantes, pero sin ser interesantes. Precisamente he descubierto que, por lo general, en
los asuntos menos importantes hay mucho más campo para la observación y para el
rápido análisis de causas y efectos, que es lo que da su encanto a las investigaciones. Los