pusieron verdaderamente mal fue después de conocer al señor Fowler en casa de unos
amigos. Por lo que he podido saber, la señorita Alice tenía ciertos derechos propios en el
testamento, pero como era tan callada y paciente, nunca dijo una palabra del asunto y lo
dejaba todo en manos del señor Rucastle. Él sabía que no tenía nada que temer de ella.
Pero en cuanto surgió la posibilidad de que se presentara un marido a reclamar lo que le
correspondía por ley, el padre pensó que había llegado el momento de poner fin a la
situación. Intentó que ella le firmara un documento autorizándole a disponer de su dinero,
tanto si ella se casaba como si no. Cuando ella se negó, él siguió acosándola hasta que la
pobre chica enfermó de fiebre cerebral y pasó seis semanas entre la vida y la muerte. Por
fin se recuperó, aunque quedó reducida a una sombra de lo que era y con su precioso
cabello cortado. Pero aquello no supuso ningún cambio para su joven galán, que se
mantuvo tan fiel como pueda serlo un hombre.
––Ah ––dijo Holmes––. Creo que lo que ha tenido usted la amabilidad de contarnos
aclara bastante el asunto, y que puedo deducir lo que falta. Supongo que entonces el
señor Rucastle recurrió al encierro.
––Sí, señor.
––Y se trajo de Londres a la señorita Hunter para librarse de la desagradable insistencia
del señor Fowler.
––Así es, señor.
––Pero el señor Fowler, perseverante como todo buen marino, puso sitio a la casa,
habló con usted y, mediante ciertos argumentos, monetarios o de otro tipo, consiguió
convencerla de que sus intereses coincidían con los de usted.
––El señor Fowler es un caballero muy galante y generoso ––dijo la señora Toller
tranquilamente.
––Y de este modo, se las arregló para que a su marido no le faltara bebida y para que
hubiera una escalera preparada en el momento en que sus señores se ausentaran.
––Ha acertado; ocurrió tal y como usted lo dice.
––Desde luego, le debemos disculpas, señora Toller ––dijo Holmes––. Nos ha aclarado
sin lugar a dudas todo lo que nos tenía desconcertados. Aquí llegan el médico y la señora
Rucastle. Creo, Watson, que lo mejor será que acompañemos a la señorita Hunter de
regreso a Winchester, ya que me parece que nuestro locus stand¡ es bastante discutible en
estos momentos.
Y así quedó resuelto el misterio de la siniestra casa con las hayas cobrizas frente a la
puerta. El señor Rucastle sobrevivió, pero quedó destrozado para siempre, y sólo se
mantiene vivo gracias a los cuidados de su devota esposa. Siguen viviendo con sus viejos
criados, que probablemente saben tanto sobre el pasado de Rucastle que a éste le resulta
difícil despedirlos. El señor Fowler y la señorita Rucastle se casaron en Southampton con
una licencia especial al día siguiente de su fuga, y en la actualidad él ocupa un cargo
oficial en la isla Mauricio. En cuanto a la señorita Violet Hunter, mi amigo Holmes, con
gran desilusión por mi parte, no manifestó más interés por ella en cuanto la joven dejó de
constituir el centro de uno de sus problemas. En la actualidad dirige una escuela privada
en Walsall, donde creo que ha obtenido un considerable éxito.