––¿Qué significa todo esto, señor Holmes?
––¡Ah! Carezco de datos. No puedo decirle. ¿Se ha formado usted alguna opinión?
––Bueno, a mí me parece que sólo existe una explicación posible. El señor Rucastle
parecía ser un hombre muy amable y bondadoso. ¿No es posible que su esposa esté loca,
que él desee mantenerlo en secreto por miedo a que la internen en un asilo, y que le siga
la corriente en todos sus caprichos para evitar una crisis?
––Es una posible explicación. De hecho, tal como están las cosas, es la más probable.
Pero, en cualquier caso, no parece un sitio muy adecuado para una joven.
––Pero ¿y el dinero, señor Holmes? ¿Y el dinero?
––Sí, desde luego, la paga es buena... demasiado buena. Eso es lo que me inquieta. ¿Por
qué iban a darle ciento veinte al año cuando tendrían institutrices para elegir por
cuarenta? Tiene que existir una razón muy poderosa.
––Pensé que si le explicaba las circunstancias, usted lo entendería si más adelante
solicitara su ayuda. Me sentiría mucho más segura sabiendo que una persona como usted
me cubre las espaldas.
––Oh, puede irse convencida de ello. Le aseguro que su pequeño problema promete ser
el más interesante que se me ha presentado en varios meses. Algunos aspectos resultan
verdaderamente originales. Si tuviera usted dudas o se viera en peligro...
––¿Peligro? ¿En qué peligro está pensando? Holmes meneó la cabeza muy serio.
––Si pudiéramos definirlo, dejaría de ser un peligro ––dijo––. Pero a cualquier hora, de
día o de noche, un telegrama suyo me hará acudir en su ayuda.
––Con eso me basta ––se levantó muy animada de su asiento, habiéndose borrado la
ansiedad de su rostro––. Ahora puedo ir a Hampshire mucho más tranquila. Escribiré de
inmediato al señor Rucastle, sacrificaré mi pobre cabellera esta noche y partiré hacia
Winchester mañana ––con unas frases de agradecimiento para Holmes, nos deseó buenas
noches y se marchó presu &