––¿Cómo no iba a sospechar, si yo mismo le vi con la corona en las manos?
––¡Pero si sólo la había cogido para mirarla! ¡Oh, papá, créeme, por favor, es inocente!
Da por terminado el asunto y no digas más. ¡Es tan terrible pensar que nuestro querido
Arthur está en la cárcel!
––No daré por terminado el asunto hasta que aparezcan las piedras. ¡No lo haré, Mary!
Tu cariño por Arthur te ciega, y no te deja ver las terribles consecuencias que esto tendrá
para mí. Lejos de silenciar el asunto, he traído de Londres a un caballero para que lo
investigue más a fondo.
––¿Este caballero? ––preguntó ella, dándose la vuelta para mirarme.
––No, su amigo. Ha querido que le dejáramos solo. Ahora anda por el sendero del
establo.
––¿El sendero del establo? ––la muchacha enarcó las cejas––. ¿Qué espera encontrar
ahí? Ah, supongo que es este señor. Confío, caballero, en que logre usted demostrar lo
que tengo por seguro que es la verdad: que mi primo Arthur es inocente de este robo.
––Comparto plenamente su opinión, señorita, y, lo mismo que usted, yo también confío
en que lograremos demostrarlo ––respondió Holmes, retrocediendo hasta el felpudo para
quitarse la nieve de los zapatos––. Creo que tengo el honor de dirigirme a la señorita
Mary Holder. ¿Puedo hacerle una o dos preguntas?
––Por favor, hágalas, si con ello ayudamos a aclarar este horrible embrollo.
––¿No oyó usted nada anoche?
––Nada, hasta que mi tío empezó a hablar a gritos. Al oír eso, acudí corriendo.
––Usted se encargó de cerrar las puertas y ventanas. ¿Aseguró todas las ventanas?
––Sí.
––¿Seguían bien cerradas esta mañana?
––Sí.
––¿Una de sus doncellas tiene novio? Creo que usted le comentó a su tío que anoche
había salido para verse con él. ––Sí, y es la misma chica que sirvió en la sala de estar, y
pudo oír los comentarios de mi tío acerca de la corona.
––Ya veo. Usted supone que ella salió para contárselo a su novio, y que entre los dos
planearon el robo.
––¿Pero de qué sirven todas esas vagas teorías? ––exclamó el banquero con
impaciencia––. ¿No le he dicho que vi a Arthur con la corona en las manos?
––Aguarde un momento, señor Holder. Ya llegaremos a eso. Volvamos a esa
muchacha, señorita Holder. Me imagino que la vio usted volver por la puerta de la
cocina.
––Sí; cuando fui a ver si la puerta estaba cerrada, me tropecé con ella que entraba.
También vi al hombre en la oscuridad.
––¿Le conoce usted?
––Oh, sí; es el verdulero que nos trae las verduras. Se llama Francis Prosper.
––¿Estaba a la izquierda de la puerta... es decir, en el sendero y un poco alejado de la
puerta?
––En efecto.
––¿Y tiene una pata de palo?
Algo parecido al miedo asomó en los negros y expresivos ojos de la muchacha.
––Caramba, ni que fuera usted un mago ––dijo––. ¿Cómo sabe eso?
La muchacha sonreía, pero en el rostro enjuto y preocupado de Holmes no apareció
sonrisa alguna.
––Ahora me gustaría mucho subir al piso de arriba ––dijo––. Probablemente tendré que
volver a examinar la casa por fuera. Quizá sea mejor que, antes de subir, eche un vistazo
a las ventanas de abajo.
Caminó rápidamente de una ventana a otra, deteniéndose sólo en la más grande, que se
abría en V