qué le ha ocurrido.
––Es posible que mi nombre les resulte familiar ––respondió nuestro visitante––. Soy
Alexander Holder, de la firma bancaria Holder & Stevenson, de Threadneedle Street.
Efectivamente, conocíamos bien aquel nombre, perteneciente al socio más antiguo del
segundo banco más importante de la City de Londres. ¿Qué podía haber ocurrido para
que uno de los ciudadanos más prominentes de Londres quedara reducido a aquella
patética condición? Aguardamos llenos de curiosidad hasta que, con un nuevo esfuerzo,
reunió fuerzas para contar su historia.
––Opino que el tiempo es oro ––dijo––, y por eso vine corriendo en cuanto el inspector
de policía sugirió que procurara obtener su cooperación. He venido en Metro hasta Baker
Street, y he tenido que correr desde la estación porque los coches van muy despacio con
esta nieve. Por eso me he quedado sin aliento, ya que no estoy acostumbrado a hacer
ejercicio. Ahora ya me siento mejor y le expondré los hechos del modo más breve y más
claro que me sea posible.
»Naturalmente, ustedes ya saben que para la buena marcha de una empresa bancaria,
tan importante es saber invertir provechosamente nuestros fondos como ampliar nuestra
clientela y el número de depositarios. Uno de los sistemas más lucrativos de invertir
dinero es en forma de préstamos, cuando la garantía no ofrece dudas. En los últimos años
hemos hecho muchas operaciones de esta clase, y son muchas las familias de la
aristocracia a las que hemos adelantado grandes sumas de dinero, con la garantía de sus
cuadros, bibliotecas o vajillas de plata.
»Ayer por la mañana, me encontraba en mi despacho del banco cuando uno de los
empleados me trajo una tarjeta. Di un respingo al leer el nombre, que era nada menos
que... bueno, quizá sea mejor que no diga más, ni siquiera a usted... Baste con decir que
se trata de un nombre conocido en todo el mundo... uno de los nombres más importantes,
más nobles, más ilustres de Inglaterra. Me sentí abrumado por el honor e intenté decírselo
cuando entró, pero él fue directamente al grano del negocio, con el aire de quien quiere
despachar cuanto antes una tarea desagradable.
»––Señor Holder ––dijo––, se me ha informado de que presta usted dinero.
»––La firma lo hace cuando la garantía es buena ––respondí yo.
»––Me es absolutamente imprescindible ––dijo él–– disponer al momento de cincuenta
mil libras. Por supuesto, podría obtener una suma diez veces superior a esa
insignificancia pidiendo prestado a mis amigos, pero prefiero llevarlo como una
operación comercial y ocuparme del asunto personalmente. Como comprenderá usted, en
mi posición no conviene contraer ciertas obligaciones.
»––¿Puedo preguntar durante cuánto tiempo necesitará usted esa suma? ––pregunté.
»––El lunes que viene cobraré una cantidad importante, y entonces podré, con toda
seguridad, devolverle lo que usted me adelante, más los intereses que considere
adecuados. Pero me resulta imprescindible disponer del dinero en el acto.
»––Tendría mucho gusto en prestárselo yo mismo, de mi propio bolsillo y sin más
trámites, pero la cantidad excede un poco a mis posibilidades. Por otra parte, si lo hago
en nombre de la firma, entonces, en consideración a mi socio, tendría que insistir en que,
aun tratándose de usted, se tomaran todas las garantías pertinentes.
»––Lo prefiero así, y con mucho ––dijo él, alzando una caja de tafilete negro que había
dejado junto a su silla––. Supongo que habrá oído hablar de la corona de berilos.
»––Una de las más preciadas posesiones públicas del Imperio ––respondí yo.
»––En efecto ––abrió la caja y allí, embutida en blando terciopelo de color carne,
apareció la magnífica joya que acababa de nombrar––. Son treinta y nueve berilos
enormes ––dijo––, y el precio de la montura de oro es incalculable. La tasación más baja
fijará el precio de la corona en más del doble de la suma que le pido. Estoy dispuesto a
dejársela como garantía.
»Tomé en las manos el precioso estuche y miré con cierta perplejidad a mi ilustre
cliente.
»––¿Duda usted de su valor? ––preguntó. »––En absoluto. Sólo dudo...