Test Drive | Page 130

qué le ha ocurrido. ––Es posible que mi nombre les resulte familiar ––respondió nuestro visitante––. Soy Alexander Holder, de la firma bancaria Holder & Stevenson, de Threadneedle Street. Efectivamente, conocíamos bien aquel nombre, perteneciente al socio más antiguo del segundo banco más importante de la City de Londres. ¿Qué podía haber ocurrido para que uno de los ciudadanos más prominentes de Londres quedara reducido a aquella patética condición? Aguardamos llenos de curiosidad hasta que, con un nuevo esfuerzo, reunió fuerzas para contar su historia. ––Opino que el tiempo es oro ––dijo––, y por eso vine corriendo en cuanto el inspector de policía sugirió que procurara obtener su cooperación. He venido en Metro hasta Baker Street, y he tenido que correr desde la estación porque los coches van muy despacio con esta nieve. Por eso me he quedado sin aliento, ya que no estoy acostumbrado a hacer ejercicio. Ahora ya me siento mejor y le expondré los hechos del modo más breve y más claro que me sea posible. »Naturalmente, ustedes ya saben que para la buena marcha de una empresa bancaria, tan importante es saber invertir provechosamente nuestros fondos como ampliar nuestra clientela y el número de depositarios. Uno de los sistemas más lucrativos de invertir dinero es en forma de préstamos, cuando la garantía no ofrece dudas. En los últimos años hemos hecho muchas operaciones de esta clase, y son muchas las familias de la aristocracia a las que hemos adelantado grandes sumas de dinero, con la garantía de sus cuadros, bibliotecas o vajillas de plata. »Ayer por la mañana, me encontraba en mi despacho del banco cuando uno de los empleados me trajo una tarjeta. Di un respingo al leer el nombre, que era nada menos que... bueno, quizá sea mejor que no diga más, ni siquiera a usted... Baste con decir que se trata de un nombre conocido en todo el mundo... uno de los nombres más importantes, más nobles, más ilustres de Inglaterra. Me sentí abrumado por el honor e intenté decírselo cuando entró, pero él fue directamente al grano del negocio, con el aire de quien quiere despachar cuanto antes una tarea desagradable. »––Señor Holder ––dijo––, se me ha informado de que presta usted dinero. »––La firma lo hace cuando la garantía es buena ––respondí yo. »––Me es absolutamente imprescindible ––dijo él–– disponer al momento de cincuenta mil libras. Por supuesto, podría obtener una suma diez veces superior a esa insignificancia pidiendo prestado a mis amigos, pero prefiero llevarlo como una operación comercial y ocuparme del asunto personalmente. Como comprenderá usted, en mi posición no conviene contraer ciertas obligaciones. »––¿Puedo preguntar durante cuánto tiempo necesitará usted esa suma? ––pregunté. »––El lunes que viene cobraré una cantidad importante, y entonces podré, con toda seguridad, devolverle lo que usted me adelante, más los intereses que considere adecuados. Pero me resulta imprescindible disponer del dinero en el acto. »––Tendría mucho gusto en prestárselo yo mismo, de mi propio bolsillo y sin más trámites, pero la cantidad excede un poco a mis posibilidades. Por otra parte, si lo hago en nombre de la firma, entonces, en consideración a mi socio, tendría que insistir en que, aun tratándose de usted, se tomaran todas las garantías pertinentes. »––Lo prefiero así, y con mucho ––dijo él, alzando una caja de tafilete negro que había dejado junto a su silla––. Supongo que habrá oído hablar de la corona de berilos. »––Una de las más preciadas posesiones públicas del Imperio ––respondí yo. »––En efecto ––abrió la caja y allí, embutida en blando terciopelo de color carne, apareció la magnífica joya que acababa de nombrar––. Son treinta y nueve berilos enormes ––dijo––, y el precio de la montura de oro es incalculable. La tasación más baja fijará el precio de la corona en más del doble de la suma que le pido. Estoy dispuesto a dejársela como garantía. »Tomé en las manos el precioso estuche y miré con cierta perplejidad a mi ilustre cliente. »––¿Duda usted de su valor? ––preguntó. »––En absoluto. Sólo dudo...