Test Drive | Page 108

»––En efecto. Pero ya verá usted que todo lo que digo guarda relación con ello. Tengo un encargo profesional para usted, pero el secreto absoluto es completamente esencial. Secreto ab-so-lu-to, ¿comprende usted? Y, por supuesto, es más fácil conseguirlo de un hombre que viva solo que de otro que viva en el seno de una familia. »––Si yo prometo guardar un secreto ––dije––, puede estar absolutamente seguro de que así lo haré. »Mientras yo hablaba, él me miraba muy fijamente, y me pareció que jamás había visto una mirada tan inquisitiva y recelosa como la suya. »––Entonces, ¿lo promete? »––Sí, lo prometo. »––¿Silencio completo y absoluto, antes, durante y después? ¿Ningún comentario sobre el asunto, ni de palabra ni por escrito? »––Ya le he dado mi palabra. »––Muy bien ––de pronto se levantó, atravesó la habitación como un rayo y abrió la puerta de par en par. El pasillo estaba vacío. »––Todo va bien ––dijo, mientras volvía a sentarse––. Sé que a veces los empleados sienten curiosidad por los asuntos de sus jefes. Ahora podemos hablar con tranquilidad –– arrimó su silla a la mía y comenzó a escudriñarme con la misma mirada inquisitiva y dudosa. »Yo empezaba a experimentar una sensación de repulsión y de algo parecido al miedo ante las extrañas manías de aquel hombre esquelético. Ni siquiera el temor a perder un cliente impedía que diera muestras de impaciencia. »––Le ruego que exponga su asunto, señor ––dije––. Mi tiempo es valioso. »––Que Dios me perdone esta última frase, pero las palabras salieron solas de mis labios. »––¿Qué le parecerían cincuenta guineas por una noche de trabajo? ––preguntó. »––De maravilla. »––He dicho una noche de trabajo, pero una hora sería más aproximado. Simplemente, quiero su opinión acerca de una prensa hidráulica que se ha estropeado. Si nos dice en qué consiste la avería, nosotros mismos la arreglaremos. ¿Qué le parece el encargo? »––El trabajo parece ligero, y la paga generosa. »––Exacto. Nos gustaría que viniera esta noche, en el último tren. »––¿Adónde? »––A Eyford, en Berkshire. Es un pueblecito cerca de los límites de Oxfordshire y a menos de siete millas de Reading. Hay un tren desde Paddington que le dejará allí a las once y cuarto aproximadamente. »––Muy bien. »––Yo iré a esperarle con un coche. »––Entonces, ¿hay que ir más lejos? »––Sí, nuestra pequeña empresa está fuera del pueblo, a más de siete millas de la estación de Eyford. »––Entonces, no creo que podamos llegar antes de la medianoche. Supongo que no habrá posibilidad de regresar en tren y que tendré que pasar allí la noche. »––Sí, no tendremos problema alguno para prepararle una cama. »––Resulta bastante incómodo. ¿No podría ir a otra hora más conveniente? »––Nos ha parecido mejor que venga usted de noche. Para compensarle por la incomodidad es por lo que le estamos pagando a usted, una persona joven y desconocida, unos honorarios con los que podríamos obtener el dictamen de las figuras más prestigiosas de su profesión. No obstante, si usted prefiere desentenderse del asunto, aún tiene tiempo de sobra para hacerlo. »Pensé en las cincuenta guineas y en lo bien que me vendrían. »––Nada de eso ––dije––. Tendré mucho gusto en acomodarme a sus deseos. Sin embargo, me gustaría tener una idea más clara de lo que ustedes quieren que haga. »––Desde luego. Es muy natural que la promesa de secreto que le hemos exigido