Esa manera de hablar, lo imprevisto de la escena, la histo-ria del barco patriota y la
emoción con que el extraño perso-naje había pronunciado la últimas palabras, ese nombre
de Vengeur, cuya significación no podía escaparme, me impre-sionaron profundamente. No
podía dejar de mirar al capi-tán que, con las manos extendidas hacia el mar, contempla-ba,
fascinado, los gloriosos restos. Quizá no debiera yo saber jamás quién era, de dónde venía,
adónde iba, pero cada vez veía con más claridad al hombre liberarse del sabio. No era una
misantropía común la que había encerrado en el Nauti-lus al capitán Nemo y a sus hombres,
sino un odio mons-truoso o sublime que el tiempo no podía debilitar.
¿Buscaba ese odio la venganza? El futuro debía darme pronto la respuesta.
El Nautilus ascendía ya lentamente hacia la superficie, y poco a poco vi desaparecer las
formas confusas del Vengeur. Pronto, un ligero balanceo me indicó que flotábamos en la
superficie.
En aquel momento, se oyó una sorda detonación. Miré al capitán. Éste no se había movido.
¡Capitán!
No respondió.
Le dejé y subí a la plataforma. Conseil y Ned Land me ha bían precedido.
¿De dónde viene esa detonación?
Un cañonazo
pregunté.
respondió Ned Land.
Miré en la dirección del navío que había visto. Se acercaba al Nautilus y se veía que
forzaba el v