al Este por una muralla de dos mil metros cortada a pico. Llegamos allí el 28 de mayo. En
ese momento, el Nautilus no estaba más que a ciento cincuenta kilómetros de Irlanda.
¿Iba el capitán Nemo a aproximarse a las islas Británicas? No. Con gran sorpresa mía,
descendió hacia el Sur y se di-rigió hacia los mares europeos. Al contornear la isla de la
Esmeralda, vi por un instante el cabo Clear y el faro de Fastenet que ilumina a los millares
de navíos que salen de Glasgow o de Liverpool.
Una importante cuestión se debatía en mi mente. ¿Osaría el Nautilus adentrarse en el canal
de la Mancha? Ned Land, que había reaparecido desde que nos hallamos en la proxi-midad
de la tierra, no cesaba de interrogarme. ¿Qué podía yo responderle? El capitán Nemo
continuaba siendo invisi-ble. Tras haber dejado entrever al canadiense las orillas de
América, ¿iba a mostrarme las costas de Francia?
El Nautílus continuaba descendiendo hacia el Sur. El 30 de mayo pasaba por de