Me retiré. Y a partir de aquel día nuestra situación se hizo muy tensa. Al informar a mis
compañeros de la conversa-ción, Ned Land dijo:
Ahora sabemos que no hay nada que esperar de este hombre. El Nautilus se acerca a
Long Island. Huiremos, haga el tiempo que haga.
Pero el cielo se tornaba cada vez más amenazador. Se manifestaban los síntomas de un
huracán. La atmósfera es-taba blanca, lechosa. A los cirros en haces sueltos sucedían en el
horizonte capas de nimbo cúmulus. Otras nubes ba-jas huían rápidamente. La mar, ya muy
gruesa, se hinchaba en largas olas. Desaparecían las aves, con excepción de esos petreles
que anuncian las tempestades. El barómetro baja-ba muy acusadamente e indicaba en el
aire una extremada tensión de los vapores. La mezcla del stormglass se descom-ponía bajo
la influencia de la electricidad que saturaba la atmósfera. La lucha de los elementos se
anunciaba ya pró-xima.
La tempestad estalló en la jornada del 18 de mayo, preci-samente cuando el Nautilus
navegaba a la altura de Long Island, a algunas millas de los pasos de Nueva York. Puedo
describir esta lucha de los elementos porque, por un capri-cho inexplicable, el capitán
Nemo, en vez de evitarla en las profundidades, decidió afrontarla en la superficie.
El viento sopl &FV