Test Drive | Page 2

JULIO VERNE VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO Primera parte 1. Un escollo fugaz El año 1866 quedó caracterizado por un extraño aconteci-miento, por un fenómeno inexplicable e inexplicado que na-die, sin duda, ha podido olvidar. Sin hablar de los rumores que agitaban a las poblaciones de los puertos y que sobreex-citaban a los habitantes del interior de los continentes, el misterioso fenómeno suscitó una particular emoción entre los hombres del mar. Negociantes, armadores, capitanes de barco, skippers y masters de Europa y de América, oficiales de la marina de guerra de todos los países y, tras ellos, los go-biernos de los diferentes Estados de los dos continentes, ma-nifestaron la mayor preocupación por el hecho. Desde hacía algún tiempo, en efecto, varios barcos se ha-bían encontrado en sus derroteros con «una cosa enorme», con un objeto largo, fusiforme, fosforescente en ocasiones, infinitamente más grande y más rápido que una ballena. Los hechos relativos a estas apariciones, consignados en los diferentes libros de a bordo, coincidían con bastante exactitud en lo referente a la estructura del objeto o del ser en cuestión, a la excepcional velocidad de sus movimientos, a la sorprendente potencia de su locomoción y a la particu-lar vitalidad de que parecía dotado. De tratarse de un cetáceo, superaba en volumen a todos cuantos especímenes de este género había clasificado la ciencia hasta entonces. Ni Cuvier, ni Lacepède, ni Dumeril ni Quatrefages hubieran admitido la existencia de tal monstruo, a menos de haberlo visto por sus propios ojos de sabios. El promedio de las observaciones efectuadas en diferen-tes circunstancias una vez descartadas tanto las tímidas evaluaciones que asignaban a ese objeto una longitud de doscientos pies, como las muy exageradas que le imputaban una anchura de una milla y una longitud de tres permitía afirmar que ese ser fenomenal, de ser cierta su existencia, su-peraba con exceso todas las dimensiones admitidas hasta entonces por los ictiólogos.