Tras haber franqueado el cinturón exterior de rocas por un estrecho paso, el Nautilus se
encontró al otro lado de los rompientes, en aguas cuya profundidad se limitaba a unas
treinta o cuarenta brazas. Bajo la verde sombra de los man-glares, vi a algunos salvajes que
manifestaban una viva sor-presa. En el largo cuerpo negruzco que avanzaba a flor de agua
¿no veían ellos un formidable cetáceo del que había que desconfiar?
En aquel momento, el capitán Nemo me preguntó qué era lo que yo sabía acerca del
naufragio de La Pérousse.
Lo que sabe todo el mundo, capitán
le respondí.
¿Y podría decirme qué es lo que sabe todo el mundo?
irónico.
me preguntó con un tono un tanto
Con mucho gusto.
Y le conté lo que los últimos trabajos de Dumont d'Urville habían dado a conocer, y que
muy sucintamente resumido es lo que sigue. La Pérousse y su segundo, el capitán de
Lan-gle, fueron enviados por Luis XIV, en 1785, en un viaje de circunnavegación a b