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Anastasio Ovejero Bernal
rencia de los padres (esto último recibe el nombre de efecto Romeo y
Julieta, Driscoll y cols., 1974), etc. pueden aumentar la atracción sentida
hacia otra persona.
2) Teorías del intercambio: de la teoría de Thibaut y Kelley (1959) se
deduce que es más probable que alguien se enamore cuando su «nivel de
comparación» (CL) es bajo. Por ejemplo, es probable que una adolescente,
en plena crisis personal y sin el apoyo emocional de sus padres, tienda a
sentir más fácilmente amor hacia quien simplemente le ofrezca apoyo emocional o a veces meramente una sonrisa. O que una persona que acaba de
romper una relación, con el consiguiente descenso de su CL, acabe fijándose en quien antes no se fijaba. Esta teoría también nos ayuda a entender
aquellas relaciones amorosas de hombres entrados en años, generalmente
con dinero y estatus, con jóvenes, a veces adolescentes. Y, aunque se habla
poco de los casos que se dan a la inversa, éstos no son tan pocos como se
cree, están aumentando y, además, no son algo novedoso. Recuérdense los
numerosos ejemplos que nos muestra la novela francesa del siglo xix,
donde era frecuente que las señoras de la aristocracia tuvieran sus amantes,
siempre jóvenes y guapos varones, con pocos recursos económicos y
muchos deseos de ascender socialmente. Si en nuestra actual sociedad tales
casos son aún poco numerosos, aunque in crescendo, se debe fundamentalmente a que los costos derivados de las presiones sociales y las diferentes
expectativas normativas asociadas a uno y otro sexo lo dificultan. Es, por
tanto, a mi juicio indiscutiblemente, una cuestión cultural, y no biológica
como se repite con demasiada frecuencia.
3) Teoría del «locus of control»: también esta teoría ha sido utilizada
para explicar el amor, subrayándose el hecho de que los individuos controlados externamente, es decir, aquellos que creen que su conducta viene determinada por factores externos, ajenos a su propia decisión (destino, azar, etc.)
tienden a enamorarse más que los individuos controlados internamente, es
decir, aquellos que piensan que son ellos mismos quienes deciden su destino
y que tienen una visión del amor menos idealizada (Dion y Dion, 1988).
4) Otras teorías, finalmente, se centran en el propio sujeto que se enamora, defendiendo, con frecuencia, un enfoque algo negativo y hasta peyorativo del enamoramiento, relacionándolo a menudo con estados de debilidad, miedo, depresión, etc. Así, ya hace muchos años, Reik (1944),
representando probablemente un caso extremo, relacionaba el enamoramiento con la depresión. Y de hecho, como escribe Sangrador, es frecuente
leer que las personas se enamoran cuando se encuentran en un estado previo de disponibilidad, de tal forma que el amor para ellos refleja un anhelo,
una búsqueda de alguien con quien compartir su vida, de huir de su radical soledad encontrando seguridad y afecto, sobre todo cuando no se sienten suficientemente valorados. «En el lado opuesto se encontrarían hombres y mujeres para quienes el amor es, por el contrario, un estorbo en su
vida profesional, o incluso algo patológico, como una enfermedad de la
que procuran librarse: son esos hombres y cada vez más mujeres tan racional-analíticos que raramente se enamoran» (Sangrador, 1993, pág. 187).