Emociones y relaciones íntimas: la conducta amorosa
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Por otra parte, se nos plantea un primer y fundamental problema:
¿podemos aplicar a la conducta amorosa las reglas que gobiernan las relaciones humanas y las conductas sociales? Como dice Sangrador, a primera
vista, parece que sí. De hecho, teorías como la del refuerzo, o sus vertientes cognitivo-sociales como la del intercambio o la de la equidad, insisten
en que la génesis y mantenimiento de una relación amorosa dependen del
grado en que las recompensas (o expectativa de recompensas) mutuas sean
superiores a las obtenibles en relaciones alternativas (incluyendo como
alternativa la no relación). Sin embargo, resulta difícil reconciliar estas
perspectivas que cabe denominar racionalistas, basadas en el refuerzo, el
intercambio o la equidad, con ciertas realidades como esos amores incomprensibles y «ciegos», aparentemente sin lógica alguna, o esas personas que
cuanto más les rechaza y les hace sufrir quien es el objeto de su amor, más
ciegamente aún se enamoran. «Porque es evidente que mientras que por lo
general elegimos los amigos entre quienes nos gratifican de algún modo y
hacen agradable la relación con ellos, sin embargo existen personas que
quedan amorosamente colgadas, en una suerte de adicción, a individuos
que no sólo no las gratifican, sino incluso las llenan de amargura, sufrimiento, y hasta de daño físico. ¿Cómo explicar la persistencia del amor en
estos casos?» (Sangrador, 1993, pág. 183).
Pues bien, debemos preguntarnos ante todo qué es el amor o qué
entendemos con este término. En primer lugar, existe un cierto acuerdo en
que el amor es cualitativamente diferente de la mera atracción. Así, es posible amar a quien no nos recompensa en absoluto, y ello porque el amor, a
diferencia de la mera atracción, puede basarse en recompensas imaginarias,
producidas por la fantasía de la persona enamorada. En todo caso, son
muchas las investigaciones que revelan elementos que son comunes a todas
las relaciones amorosas: comprensión mutua, apoyo recíproco, valorar y
disfrutar el estar con el ser amado. Por otra parte, como señala Sangrador,
mientras la atracción es habitualmente conceptualizada como una actitud
positiva hacia otra persona, en el amor adquieren singular importancia los
componentes emocionales. Mientras que la atracción puede ser definida
como «una tendencia o predisposición a evaluar a una persona o un símbolo de esa persona de una forma positiva o negativa» (Berscheid y Walster, 1978), las definiciones del amor suelen ser más complejas. Cuando
hablamos del amor describimos por lo general una relación en la cual hay
un afecto intenso entre dos personas cuyas vidas están entrelazadas (Berscheid y Walster, 1978). En concreto, el amor es un estado de absorción
intensa en otro, unido a un estado de intensa excitación fisiológica. El
amor apasionado es emocional, excitante, intenso. Si es correspondido, uno
se siente realizado y pletórico; si no, uno se siente desesperado. Como otras
formas de excitación emocional, el amor apasionado implica una mezcla de
regocijo y melancolía, de alegría hormigueante y tristeza descorazonada. Se
caracteriza, por tanto, por la conjunción de una serie de sentimientos contrapuestos. Así, Berscheid y Walster (1978, pág. 177) le definen al amor
pasional como «un estado emocional salvaje: ternura y sentimientos sexua-