Capítulo VI
Emociones y relaciones íntimas:
la conducta amorosa
Introducción
Como sostiene Gergen (1996), la tradición occidental es profundamente
afín con un enfoque del yo como unidad independiente, de forma que
mientras sigamos sosteniendo este enfoque, los problemas tradicionales de
la epistemología, del conocimiento y hasta de las emociones permanecerán
sin solucionar, y las amplias prácticas sociales en las que se aloja esta concepción permanecerán sin contestar. En efecto, si cuando el conductismo
dominaba en psicología se olvidó totalmente el estudio de las emociones,
con el auge del cognitivismo a finales de los años 50, las emociones y los
fenómenos afectivos no corrieron mejor suerte. Sin embargo, a partir de los
años 60 fue resurgiendo, aunque muy lentamente, el interés de los psicólogos por estos temas, a partir sobre todo de que Schachter y Singer (1962)
analizaran las emociones, eso sí, como una mera consecuencia de las cogniciones. Pero ya en los años 80, en el debate mantenido entre Lazarus y
Zajonc, éste consideraba que una aproximación meramente cognitiva,
como era la tradicional, no podía abordar el estudio de lo emocional, ya
que los criterios y vocabulario empleados para lo cognitivo no eran válidos
para entrar en el campo de las emociones. Y al calor de esta polémica, han
alcanzado un gran éxito los estudios de la influencia que tiene la afectividad sobre el pensamiento, el juicio, la percepción y la conducta social,
constituyendo todo ello un área de desarrollo importante de la psicología
social actual, habiéndose encontrado que el estado de ánimo influye de una
forma importante en muchas esferas de la vida. Así, Forgas y Moylan
(1987) encontraron que las personas que habían asistido a películas alegres,
emitían juicios sociopolíticos más optimistas que las personas que habían