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Anastasio Ovejero Bernal
Fruncir el ceño, rascarse una oreja o introducir los pulgares en los
bolsillos... forman parte de todo un mundo de expresiones de ese enigmático ser que es el hombre; descubrir toda esa gama de colores que
adornan y refuerzan allá donde nuestras palabras no tienen lo suficiente
riqueza para expresar un sentimiento, una emoción, constituye una parte
significativa de la investigación del psicólogo de la comunicación (Pinazo
y Musitu, 1993, pág. 77).
Pero, ¿qué es lo que puede ofrecernos la comunicación no verbal (CNV)
que no revele la verbal? La CNV proporciona una información más fiable
en situaciones en las que no podemos confiar en lo que se está comunicando con palabras, bien porque quien habla se propone engañarnos intencionadamente, o bien porque ha bloqueado o reprimido la información que
deseamos conocer. En todo caso, la CNV no debería ser estudiada como
una unidad aislada, sino como una parte inseparable del proceso global de
la comunicación, dado que siempre puede ocurrir en el tiempo de modo
simultáneo, con anterioridad o posterioridad a la emisión de la conducta
verbal, pero nunca de forma totalmente independiente de ella.
En cuanto a la definición de la CNV, entre los pocos que se han atrevido a explicitarla está Corrace (1980) para quien se trata del «conjunto de
medios de comunicación existentes entre individuos vivos que no usan lenguaje humano o sus derivados no sonoros (escritos, lenguaje de sordomudos, etc.)». Por su parte, Mehabian (1972), muy certeramente, distingue en
la definición un sentido restringido, según el cual la CNV hace referencia a
un conjunto de comportamientos no lingüísticos, como gestos, posturas
corporales, etc., y un sentido más amplio, según el cual la CNV incluye
algunos aspectos mucho más sutiles del lenguaje, como errores lingüísticos,
entonación, etc.
Sin embargo, a pesar de su enorme importancia, gran parte de los seres
humanos no son conscientes de que existe este sutil y elaborado sistema de
comunicación. Hay de hecho tres razones que explican esta situación (Pinazo
y Musitu, 1993, págs. 84-85): a) Los mensajes actúan inconscientemente:
muchos de los mensajes corporales se comunican por debajo de nuestro nivel
habitual de conciencia. Actúan en la mente subconscientemente, ejerciendo
una poderosa influencia en cómo pensamos, sentimos y nos comportamos,
sin que nunca seamos conscientes de qué es lo que está produciendo exactamente estas reacciones; b) Demasiados mensajes: la segunda barrera que
impide reconocer la importancia del lenguaje no verbal, es la asombrosa cantidad de información que proporciona. Con tanta información potencialmente disponible, sólo podemos llegar a prestar atención a un fino fragmento del total; y c) Descuidamos su importancia: Mehrabian (1972) ha
calculado que solamente el 7 por 100 de lo que captamos procede de lo que
realmente se dice, el 38 por 100 viene del tono de voz en que se dice y el 55
por 100 de las señales del lenguaje no verbal. La importancia del lenguaje no
verbal también la ha puesto de relieve Birdwhistell (1979) estimando que
cuando dos personas conversan, menos de una tercera parte de la comunicación es verbal mientras que más del 65 por 100 es no verbal.