El giro posmoderno y las orientaciones alternativas:…
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sentan el lenguaje y la significación, por la atención hacia la racionalidad
práctica, por el interés hacia los procesos concretos de la vida cotidiana y
por la conciencia de las implicaciones de todo tipo que se desprenden a
partir de la propia reflexividad del conocimiento» (Ibáñez, 1990, pág. 208).
De estas características comunes yo destacaría la preocupación especial
por el lenguaje y por el discurso como auténticos hechos psicosociales, o
como una clase de interacción social capaz de construir los fenómenos psicosociales (Antaki, 1994; Danziger, 1997; Edwards, 1996; Edwards y Potter, 1992; Harré y Stearns, 1995; Potter, 1996; Psathas, 1994; Riessman,
1994; Smith y cols., 1995; Soyland, 1994; Van Dijk, 1997, etc.), entre ellos
los de racismo (Riggins, 1997), la psicoterapia (McLeod, 1997) y, sobre
todo, los de género (Crawford, 1997; Wilkinson y Kitzinger, 1995; Wodak,
1997, etc.), formando parte esencial de la llamada psicología social feminista. Entre tales «nuevas psicologías sociales», todas ellas muy relacionadas entre sí (véase, por ejemplo, Shotter, 1993), destacaremos, siguiendo
princialmente a Tomás Ibáñez (1990), las siguientes:
1) La orientación de la teoría de la acción: frente al mecanicismo del
positivismo y de la psicología social más tradicional, particularmente el
conductismo, la teoría de la acción descansa en la idea de la naturaleza propositiva del ser humano: la conducta humana es intencional, es acción, no
mera conducta de reacción y respuesta. Bajo este epígrafe se sitúan una
serie de corrientes, todas ellas muy influidas por la fenomenología, de las
que destacamos estas cinco:
a) La teoría de la acción: como escribe Ibáñez, la escuela de Oxford,
heredera del pensamiento del segundo Wittgenstein, se centró en el análisis del «lenguaje cotidiano», resaltando la extraordinaria importancia que
presentan las referencias a las intenciones en la explicación corriente de la
conducta. Los psicólogos debían atender al problema de las intenciones,
aunque sólo fuese porque la forma en que las personas explican sus propias conductas y las de los demás incide sobre la conformación de esas
conductas. Lo extraño es que esta corriente no haya tenido tradicionalmente más adeptos, ya que tanto el problema de la atribución de intenciones a los demás como el problema de la comunicación de las propias intenciones, temas ambos muy estudiados por nuestra disciplina, planteaban
directamente la cuestión de la producción y la interpretación social de los
significados. Sólo la fuerza del positivismo y el férreo control que ejercía
dentro de la psicología social lo impedía. Pero tanto el declinar del positivismo como las aportaciones del segundo Wittgenstein facilitaron el desarrollo de una teoría de la acción centrada sobre una imagen del hombre
concebido como un agente propositivo, capaz de autodirigir su conducta,
dotado de racionalidad práctica e implicado en actividades de construcción
y de desciframiento de significados. En esta lí