Test Drive | Seite 33

34 Anastasio Ovejero Bernal otras, y, finalmente, con el tiempo tenderán a olvidar todas o la mayoría. Con ello, una temporada más tarde no tendrán dudas: su experiencia en carretera les dice, sin ningún género de dudas, que las mujeres conducen mucho peor que los hombres. Buscamos la información y buscamos a las personas que nos ayuden a mantener una autoimagen positiva. 5) Sesgo de la «memoria adaptativa»: pero en todo este engranaje sociocognitivo que estamos viendo, también la memoria, como no podía ser de otra manera, desempeña un papel crucial. Y es que la memoria no es un asunto meramente biológico, ni siquiera sólo psicológico e individual, sino que es definitivamente social (véase Ovejero, 1997a, capítulo 9). Lamal (1979) pidió a sus sujetos si estaban de acuerdo con esta definición de la memoria: «La memoria puede ser comparada con un baúl de almacenamiento en el cerebro en el que depositamos material y del que lo sacamos cuando lo necesitamos. Ocasionalmente, algo del “baúl” se pierde, y entonces decimos que lo hemos olvidado.» Pues bien, el 85 por 100 de los sujetos estuvieron de acuerdo con ello. Sinceramente, lo que a mi me extraña es que no hubiera sido el 99 por 100. Porque creo que la mayoría de la gente está de acuerdo con esa descripción de la memoria. Pero, sin embargo, es totalmente falsa. Nuestros recuerdos no son copias de experiencias que permanecen en depósito en un banco de memoria, sino que los construimos o, al menos, los reconstruimos en el momento de la recuperación, del recuerdo, ya que la memoria implica razonamiento retrospectivo. Más en concreto, como un paleontólogo que infiere la apariencia de un dinosasurio a partir de fragmentos de hueso, reconstruimos nuestro pasado distante combinando fragmentos de información mediante el empleo de nuestra situación actual (Hirt, 1990). Es más, nuestros recuerdos suelen ser muy ambiguos y fragmentarios, y lo que hacemos a la hora de recordar es completar tales fragmentos con aquello que «nos interesa», para adaptarlos a nuestra situación actual: recordamos lo que nos interesa. Revisamos, casi siempre de forma no consciente, nuestros recuerdos para adaptarlos a nuestro conocimiento y estado actual. McFarland y Ross (1985) encontraron empíricamente que incluso revisamos nuestros recuerdos acerca de otras personas conforme cambian nuestras relaciones con ellas: pidieron a sus sujetos que calificaran a sus parejas estables. Dos meses después, repitieron la misma evaluación. Pues bien, quienes seguían igual de enamorados o más que antes tendían a recordar amor, mientras que quienes ya habían roto tenían una mayor probabilidad de recordar que su pareja era, ya entonces, egoísta y de mal carácter. Más claro aún es el estudio de Holmsberg y Holmes (1992) en el que estos autores encuestaron a 373 parejas de recién casados y todos ellos, obviamente, declararon ser muy felices. Se los volvió a encuestar dos años después encontrando que aquellos cuyo matrimonio se había deteriorado recordaban que las cosas siempre habían ido mal, ya desde el principio, cosa que no concordaba con lo que habían dicho dos años antes. Esto parece mostrar, como ya dijimos antes, que cuando los recuerdos son vagos, como suele ocurrir, los sentimientos e intereses actuales guían nuestros recuerdos, modificándolos en la