Conformismo y obediencia a la autoridad
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también es cierto que en ocasiones se hace necesaria la innovación y la no
conformidad para que el grupo pueda ser eficaz, alcanzar sus fines e
incluso para su propia existencia. Y algo parecido hay que decir de la obediencia. En efecto, en palabras de Levine y Pavelchak (1985, pág. 69), al
examinar los costes y las recompensas de la obediencia hay que tener en
cuenta no solamente el blanco y la fuente de influencia, sino también el
grupo más amplio al que pertenecen ambos. Las recompensas y los costes
de la obediencia para el subordinado son similares a los de una persona
que se conforma con la presión del grupo. En favor de la obediencia está
el hecho de que un subordinado tiene mayores probabilidades de dar una
respuesta objetivamente correcta si obedece las órdenes de una autoridad
provista de experiencia y conocimientos, que si sigue sus propias inclinaciones. Por otra parte, un subordinado que obedece será recompensado,
mientras que aquel que desobedece a menudo puede exponerse a graves
castigos, que implican pérdida de privilegios, de libertad e incluso de la
vida. En contra de la obediencia, sucede a veces que un subordinado reaccione de forma objetivamente más adecuada desafiando a la autoridad que
obedeciéndola. Además, ciertas autoridades respetan a los subordinados
que tienen el valor de contestar una orden.
Desde el punto de vista de la autoridad, la obediencia también puede
tener consecuencias positivas y negativas. El hecho de ver sus órdenes obedecidas a menudo aumenta la eficacia del individuo, en parte debido a que
no tiene que esforzarse para castigar a un subordinado contestatario. Además, la obediencia refuerza su propia imagen en tanto que persona poderosa, de estatus elevado. Las consecuencias negativas de la obediencia para
la autoridad incluyen la posibilidad de que se le considerará responsable de
las acciones objetivamente incorrectas por parte de sus subordinados y que
perderá progresivamente la capacidad necesaria para conseguir los comportamientos que encarga a otras personas.
El conocido fenómeno de que el comportamiento de grupo no sólo es
más rico y eficaz que el individual, sino que incluso enriquece a los sujetos
que en él participan, puede ser aplicado a los procesos de influencia social.
De hecho, Montmollin afirma que el proceso por el que Piaget explica el
paso del egocentrismo al sociocentrismo es un proceso central en el desarrollo intelectual del niño; este proceso encontraría, en parte, su origen en el
contacto cognitivo que tiene el niño con los otros. Es igualmente uno de los
aspectos esenciales de toda actividad intelectual: al contacto con las ideas
de los otros, el individuo puede ampliar el campo de datos de un problema, percibir un mayor número de soluciones posibles para llegar a una
abstracción y a una generalización cada vez más amplias. De hecho, todo
ello ha sido fuertemente comprobado en el trabajo cooperativo en el aula
(véase Ovejero, 1990a). Ahora bien, el proceso de influencia vendría a ser
un aspecto más de este principio general. Al contacto con las respuestas,
juicios u opiniones de los demás el sujeto se enriquece, lo que se traduce
en la influencia sufrida. Y si esto parece un tanto paradójico a la vista de
los estudios experimentales sobre la influencia social ello se debe a que las