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Conformismo y obediencia a la autoridad 179 también es cierto que en ocasiones se hace necesaria la innovación y la no conformidad para que el grupo pueda ser eficaz, alcanzar sus fines e incluso para su propia existencia. Y algo parecido hay que decir de la obediencia. En efecto, en palabras de Levine y Pavelchak (1985, pág. 69), al examinar los costes y las recompensas de la obediencia hay que tener en cuenta no solamente el blanco y la fuente de influencia, sino también el grupo más amplio al que pertenecen ambos. Las recompensas y los costes de la obediencia para el subordinado son similares a los de una persona que se conforma con la presión del grupo. En favor de la obediencia está el hecho de que un subordinado tiene mayores probabilidades de dar una respuesta objetivamente correcta si obedece las órdenes de una autoridad provista de experiencia y conocimientos, que si sigue sus propias inclinaciones. Por otra parte, un subordinado que obedece será recompensado, mientras que aquel que desobedece a menudo puede exponerse a graves castigos, que implican pérdida de privilegios, de libertad e incluso de la vida. En contra de la obediencia, sucede a veces que un subordinado reaccione de forma objetivamente más adecuada desafiando a la autoridad que obedeciéndola. Además, ciertas autoridades respetan a los subordinados que tienen el valor de contestar una orden. Desde el punto de vista de la autoridad, la obediencia también puede tener consecuencias positivas y negativas. El hecho de ver sus órdenes obedecidas a menudo aumenta la eficacia del individuo, en parte debido a que no tiene que esforzarse para castigar a un subordinado contestatario. Además, la obediencia refuerza su propia imagen en tanto que persona poderosa, de estatus elevado. Las consecuencias negativas de la obediencia para la autoridad incluyen la posibilidad de que se le considerará responsable de las acciones objetivamente incorrectas por parte de sus subordinados y que perderá progresivamente la capacidad necesaria para conseguir los comportamientos que encarga a otras personas. El conocido fenómeno de que el comportamiento de grupo no sólo es más rico y eficaz que el individual, sino que incluso enriquece a los sujetos que en él participan, puede ser aplicado a los procesos de influencia social. De hecho, Montmollin afirma que el proceso por el que Piaget explica el paso del egocentrismo al sociocentrismo es un proceso central en el desarrollo intelectual del niño; este proceso encontraría, en parte, su origen en el contacto cognitivo que tiene el niño con los otros. Es igualmente uno de los aspectos esenciales de toda actividad intelectual: al contacto con las ideas de los otros, el individuo puede ampliar el campo de datos de un problema, percibir un mayor número de soluciones posibles para llegar a una abstracción y a una generalización cada vez más amplias. De hecho, todo ello ha sido fuertemente comprobado en el trabajo cooperativo en el aula (véase Ovejero, 1990a). Ahora bien, el proceso de influencia vendría a ser un aspecto más de este principio general. Al contacto con las respuestas, juicios u opiniones de los demás el sujeto se enriquece, lo que se traduce en la influencia sufrida. Y si esto parece un tanto paradójico a la vista de los estudios experimentales sobre la influencia social ello se debe a que las