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Anastasio Ovejero Bernal
bastante limitada, algunos de los poderosos instrumentos de crítica que nos
proporciona el pensamiento posmoderno radical. En esta línea, me gustaría
comenzar haciendo una crítica al pensamiento ilustrado, del que aún estamos bebiendo hoy día en el mundo occidental. En concreto, si hoy
día, 1998, los ilustrados del siglo xviii levantaran la cabeza, se volverían
rápidamente a sus tumbas, asustados. Ellos creían en el progreso, y creían
también que el progreso tecnológico se vería acompañado por el progreso
social y humano. En resumidas cuentas, los ilustrados creían que la
RAZÓN y dos de sus más tangibles consecuencias, la educación y la ciencia, conllevaban el progreso tecnológico y, con él, el progreso social, moral
y humano, de tal forma que a medida que se fuera generalizando la educación y extendiendo la ciencia, los seres humanos serían más altruistas, más
solidarios, menos egoístas, menos agresivos y violentos, etc. ¡Pero no fue
así! Por el contrario, el siglo xx, que ha visto la llegada del hombre a la
luna y la generalización de la enseñanza hasta los 16 ó 18 años en todos los
países occidentales, que en cada hogar en esos países existe un aparato de
teléfono, otro de televisión, un ordenador, etc., ese siglo xx ha contemplado
también las mayores atrocidades de la historia (Revolución Rusa y subsiguiente Guerra Civil, I Guerra Mundial, Guerra Civil Española, II Guerra
Mundial, las matanzas por parte de los nazis de judíos, progresistas, gitanos
y homosexuales, purgas stalinistas, guerra de la ex Yugoslavia, etc.) con un
total de más de cien millones de muertos, sólo en Europa, en esta Europa
culta, ilustrada y empapada de progreso científico y tecnológico.
¿Cómo ha sido posible todo ello? Ante todo porque los ilustrados estaban equivocados. El aumento de nuestros conocimientos sobre el mundo
físico no supone en absoluto avance paralelo en nuestros conocimiento de
nosotros mismos y menos aún en la mejora del género humano. Si acaso, al
revés: la razón instrumental ha empobrecido moralmente al hombre. Además, la propia psicología ha seguido, a mi modo de ver, un derrotero equivocado, caracterizado por, al menos, estos dos tipos de errores: ha considerado al ser humano como un ser individual y le ha considerado también
como un ser racional. Y sin embargo, el ser humano no es ninguna de las
dos cosas: no es un ser individual sino, más bien, un ser social, relacional
(véase Gergen, 1992a; 1996). Y más que racionales, somos seres emocionales, pasionales. En todo caso, nuestra conducta, y esto no ha sido tenido en
cuenta casi nunca, con frecuencia se debe más a factores externos a nosotros mismos que a factores intrínsecos a nosotros, es decir, nuestra conducta depende en ocasiones más de variables externas que de variables
internas o de personalidad: como veremos más adelante, personas con diferentes tipos de personalidad se comportan de forma idéntica en situaciones
similares. Y eso es lo que explica que haya habido tantos muertos en este
siglo xx: no es que seamos más agresivos y violentos que en épocas pasadas, aunque probablemente tampoco seamos menos. Lo que ocurre es que
no es necesario ser violentos y agresivos para matar: basta con ser obedientes y sumisos. La mayoría de esos cien millones de muertos de que
hablábamos han sido producidos por personas obedientes en situaciones