Emociones y relaciones íntimas: la conducta amorosa
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deseos; algunas tienen expresiones conductuales más o menos distintivas
o típicas, en otras la variedad de expresiones conductuales es enorme;
algunas son más racionales que otras y más susceptibles de modificación
mediante cambios en las creencias o actitudes; algunas parecen estar
fuera de nuestro control, otras parecen más deliberadas; algunas están
más unidas al placer o al dolor, mientras que otras lo están menos; algunas están más atadas a circunstancias inmediatas, otras parecen posibles
en circunstancias muy diversas. Algunas, por fin, tienen conexiones más o
menos claras con nuestras acciones intencionales, de tal manera que pueden funcionar como razones para actuar; en otras estas conexiones no
son tan claras (Hansberg, 1996, págs. 11-12).
En todo caso, como puntualiza Alberoni (1996, pág. 21), si observamos
al individuo enamorado e intentamos comprender el significado social de
su manera de ser y de comportarse, nos daremos cuenta de que ese amor y
esas emociones destrozan unos vínculos sociales a la vez que instauran
otros nuevos, de forma que al final ya no son los dos individuos de antes,
sino dos personas nuevas, en una nueva colectividad, que es la pareja. De
ahí que el modo correcto de analizarlo no debería ser el de la psicología
individual, sino el de la psicología colectiva. Sólo de esta forma, añade Alberoni, podremos comprender por qué existen esas particulares emociones,
por qué los individuos experimentan una transformación tan profunda, tan
extraordinaria del propio ser.
En cuanto al amor, tenemos que subrayar, con Sternberg (1988), que
«las parejas que esperan que su pasión dure para siempre, o que su intimidad permanezca incontrovertida, se desilusionarán... Debemos trabajar de
manera constante para comprender, construir y reconstruir nuestras relaciones amorosas. Las relaciones son construcciones, y se deterioran con el
tiempo si no se mantienen y mejoran. No podemos esperar que una relación simplemente se cuide a sí misma», pues como reza un dicho francés,
«el amor hace pasar al tiempo, pero también el tiempo hace pasar al
amor».
Para concluir, me gustaría subrayar lo acertada que es la recomendación
que ya en 1605 nos daba Bacon de que en cuanto a los afectos, «los mejores doctores de este conocimiento son los poetas y autores de historias, en
quienes podemos encontrar pintado muy a lo vivo cómo se encienden y
suscitan los afectos, y cómo se pacifican y refrenan, e igualmente cómo se
evita que pasen a la acción y a mayor grado; cómo se revelan, cómo actúan,
cómo varían, cómo se acumulan y robustecen, cómo están envueltos unos
en otros y unos a otros se combaten y enfrentan» (Bacon, 1984, pág. 184).
En este sentido, tal vez de más utilidad que los tratados psicológicos nos
sean obras literarias como La Regenta, las novelas de Flaubert o los estudios de Martín Gaite.