Test Drive | Page 98

Tenía víveres para tres días y mi calabaza estaba llena de agua. Sin embargo, no podía permanecer más de este tiempo solo. Ahora se presentaba otro problema: ¿debería descender o subir? Subir sin duda alguna! ¡Subir sin descansar! De este modo, debía necesariamente llegar al punto donde me había separado del arroyo; a la funesta bifurcación. Una vez en aquel sitio, una vez que tropezase con las aguas del Hans-Bach, bien podía regresar a la cumbre del Sneffels. ¡Cómo no se me había ocurrido esto antes! Había evidentemente una probabilidad de salvación. Lo más apremiante era, pues, volver a encontrar el cauce de las aguas. Me levanté decidido, y. apoyándome en mi bastón herrado, empecé a subir la pendiente de la galería. que era bastante rápida. Caminaba lleno de esperanza y sin titubear, toda vez que no había otro camino que elegir. Por espacio de media hora no me detuvo obstáculo alguno. Trataba de reconocer el camino por la forma del túnel, por los picos salientes de las rocas, por la disposición de las fragosidades: pero ninguna señal especial me llamó la atención, y pronto me convencí de que aquella galería no podía conducirme a la bifurcación. Era un callejón sin salida, y, al llegar a su extremidad, tropecé contra un muro impenetrable y caí sobre la roca. Imposible expresar el espanto, la desesperación que se apoderó de mí entonces. Mi postrer esperanza acababa de estrellarse contra aquella muralla de granito, dejándome anonadado. Perdido en aquel laberinto cuyas sinuosidades se cruzaban en todos sentidos, era inútil volver a intentar una evasión imposible. ¡Era preciso morir de la más espantosa de las muertes! Y, cosa extraña, pensé que si se encontraba alg