—Y aquí, según la ley que rige al aumento del calor, deberíamos tener una temperatura
de 1.500°.
—Deberíamos, hijo mío; tú lo has dicho.
—Y todo este granito no podría conservar su estado sólido y estaría en plena fusión.
—Ya ves que no es así y que los hechos, como acontece siempre, vienen a desmentir
las teorías.
—No tengo más remedio que convenir en ello; mas no deja de llamarme la atención.
—¿Qué marca el termómetro?
—Veintisiete grados y seis décimas.
—Sólo faltan 1.474 grados y cuatro décimas para que los sabios tengan razón. Queda,
pues, establecido que el aumento de la temperatura proporcionalmente a la profundidad
es un error. Por consiguiente, Hunfredo Davy no se equivocaba, y yo, por tanto, no hice
mal en darle crédito. ¿Qué tienes que responder?
—Nada.
En realidad habría tenido que decir muchas cosas. Era opuesto a la teoría de Davy, y
defensor de la del calor central, aun cuando no sintiese sus efectos. Me inclinaba a creer
que aquella chimenea de volcán apagado se hallaba recubierta por las lavas de un forro
refractario que impedía que el calor se propagase a través de sus paredes.
Pero sin detenerme a buscar nuevos argumentos, me limité a tomar la situación tal cual
era.
—Tío —dije tras una pausa—, no dudo ni un momento de la exactitud de sus cálculos,
pero permítame usted que deduzca de ellos una consecuencia rigurosamente exacta.
—Saca todas las consecuencias que quieras.
—En el lugar en que nos encontramos, en la latitud de Islandia, el radio terrestre mide
1.583 leguas aproximadamente, ¿no es cierto?
—Mil quinientas ochenta y tres leguas y un tercio.
—Pongamos en cifras redondas 1.600, de las cuáles hemos andado doce, ¿no es así?
—Así es, en efecto.
Y para esto hemos tenido que recorrer ochenta y cinco en sentido diagonal, ¿no es
verdad?
—Exactamente.
—¿En veinte días, más o menos?
—En veinte días.
—Y como quiera que diez y seis leguas son la centésima parte del radio de la tierra. de
continuar así, emplearemos dos mil días, que son cerca de cinco años y medio, en llegar
al centro del globo.
El profesor no respondió una palabra.
—Y esto sin contar —proseguí— con que, si para obtener una vertical de diez y seis
leguas es preciso recorrer horizontalmente ochenta, tendríamos que caminar nada menos
que ocho mil en dirección Sudeste, para alcanzar nuestra meta y, mucho antes de
lograrlo, habríamos salido por algún punto a la superficie.
—¡Vete al diablo con tus cálculos! —replicó mi tío con un movimiento de cólera—.
¡Al infierno tus teorías! ¿Sobre qué base descansan? ¿Quién te dice que esta galería no va
directamente a nuestra meta? Yo tengo a mi favor un precedente, y es que, lo que quiero
hacer, otro lo ha hecho primero: y si el éxito coronó sus esfuerzos, de esperar es que
premie también los míos.