mismo era que gravitasen sobre nuestras cabezas las llanuras y montañas de Islandia o las
olas del Atlántico, si el armazón granítico que nos cobijaba era lo bastante sólido. Por lo
demás, no tardé en habituarme a esta idea, porque el corredor, unas veces sinuoso, otras
recto, tan caprichoso en sus pendientes como en sus revueltas, pero marchando siempre
en dirección Sudeste y hundiéndose más cada vez, nos condujo rápidamente a grandes
profundidades.
Cuatro días después, el sábado 15 de julio, llegamos por la tarde, a una especie de gruta
bastante espaciosa. Mi tío entregó a Hans sus tres rixdales de la semana, y se decidió que
el siguiente día fuese de reposo absoluto.