—Master.
—¡El amo! —exclamé yo—. ¡Insensato! ¡No, no es dueño de tu vida! Es necesario
huir! ¡Es preciso llevarle con nosotros! ¿Me entiendes?
Había asido a Hans por el brazo y trataba de obligarle a que se pusiera de pie,
sosteniendo con él un pugilato. Entonces intervino mi tío.
—Calma, Axel —me dijo—. Nada conseguirías de este servidor impasible. Así,
escucha lo que voy a proponerte.
Yo me crucé de brazos, contemplando a mi tío cara a cara. .
—La falta de agua —dijo— es el único obstáculo que se opone a la realización de mis
proyectos. En la galería del Este, formada de lavas, esquistos y hullas, no hemos hallado
ni una sola molécula de líquido. Es posible que tengamos más suerte siguiendo el túnel
del Oeste.
Yo sacudí la cabeza con un aire de perfecta incredulidad.
—Escúchame hasta el fin —añadió el profesor esforzando la voz—. Mientras yacías
ahí, privado de movimiento, he ido a reconocer la conformación de esa otra galería. Se
hunde directamente en las entrañas del —lobo, y, en pocas horas, nos conducirá al
macizo granítico, donde hemos de encontrar abundantes manantiales. Así lo exige la
naturaleza de la roca, y el instinto se alía con la lógica para apoyar mi convicción. He
aquí, pues, lo que quiero proponerte: cuando Colón pidió a sus tripulaciones un plazo de
tres días para hallar las nuevas tierras, aquellos esforzados marinos, a pesar de hallarse
enfermos y consternados, accedieron a su demanda, y el insigne genovés descubrió el
Nuevo Mundo. Yo, Colón de estas regiones subterráneas, sólo te pido un día. Si,
transcurrido este plazo, no he logrado encontrar el agua que nos falta, te juro que
volveremos a la superficie de la tierra.
A pesar de mi irritación, me conmovieron estas palabras de mi tío y la violencia que
tenía que hacerse a sí mismo para emplear semejante lenguaje.
—Está bien —exclamé—, hágase en todo la voluntad de usted, y que Dios recompensé
su energía sobrehumana. Sólo dispone usted de algunas horas para probar su suerte. ¡En
marcha!