Test Drive | Page 78

—¡Quién sabe —observé yo. —Yo lo sé —replicó el profesor con aire convencido—; tengo la seguridad de que esta galería, perforada a través de estos yacimientos de hulla, no ha sido construida por los hombres. Pero poco nos importa que sea o no obra de la Naturaleza. He llegado la hora de cenar. Cenemos. Hans preparó algunos alimentos. Yo apenas probé bocado y bebí las escasas gotas de agua que constituían mi ración. El odre del guía, lleno solamente a medias, era lo único que quedaba para apagar la sed de tres hombres. Después de la cena, se envolvieron mis dos compañeros en sus mantas y hallaron en el sueño un remedio a sus fatigas. Por lo que a mí respecto, no pude pegar los párpados, y conté todas las horas hasta la siguiente mañana. El sábado a las seis emprendimos nuevamente la marcha. Veinte minutos más tarde, llegamos a una vasta excavación, y me convencí entonces de que la mano del hombre no podía haber abierto aquella mina, supuesto que sus bóvedas no estaban apuntaladas y no se derrumbaban por un verdadero milagro de equilibrio. Esta especie de caverna media cien pies de longitud por ciento cincuenta de altura. El terreno había sido violentamente removido por una conmoción subterránea. El macizo terrestre se había dislocado cediendo a alguna violenta impulsión y dejando este amplio vacío en el que penetraban por primera vez los habitantes de la tierra. Toda la historia del período de la hulla estaba escrita sobre aquellas paredes sombrías, cuyas diversas fases podía seguir fácilmente un geólogo. Los lechos de carbón se hallaban separado s por capas muy compactas de arcilla o de asperón, y como aplastados por las capas superiores. En aquella edad del mundo que precedió al período secundario, la tierra se cubrió de inmensas vegetaciones, debidas a la acción combinada del calor tropical y de una humedad persistente. Una atmósfera de vapores rodeaba por todas partes al globo, privándole de los rayos del sol. Este es el fundamento de la teoría de que las temperaturas elevadas no provenían de dicho astro, el cual es muy posible que aún no se hallase en estado de desempeñar su esplendoroso papel. Los climas no existían todavía, y en toda la superficie del globo reinaba un calor tórrido, que media la misma intensidad en él Ecuador que en los polos. ¿De dónde procedía? Del interior de la tierra. A pesar de las teorías del profesor Lidenbrock, existía un fuego violento en las entrañas de nuestro esferoide, cuya acción se hacía sentir hasta en las últimas capas de la corteza terrestre. Privadas las plantas del benéfico influjo de los rayos del sol, no daban flores ni exhalaban perfumes; pero absorbían sus raíces una vida muy enérgica de los terrenos ardientes de los primeros días. Había pocos árboles, pero abundaban las plantas herbáceas, como céspedes inmensos, helechos, licopodios, siguarias y asterofilitas, familias raras cuyas especies se contaban entonces por millares. A esta exuberante vegetación debe su origen le hulla. La corteza aún elástica del globo obedecía a los movimientos de la masa líquida que le cubría, produciéndose numerosas hendeduras y grietas; y las plantar, arrastradas debajo de las aguas, formaron poco a poco masas considerables.