¡Siempre la misma conclusión! Como es de suponer, no quise entretenerme en discutir.
Mi tío interpretó mi silencio como muestra de asentimiento, y se reanudó el descenso.
Al cabo de tres horas no se entreveía aún el fondo de la chimenea. Cuando levanté la
cabeza observé que su abertura decrecía sensiblemente; sus paredes; a consecuencia de su
ligera inclinación, tendían a aproximarse. La oscuridad crecía por momentos.
Nuestro descenso no se interrumpía un solo instante. Me parecía que las piedras
desprendidas de las paredes se hundían produciendo un sonido más apagado, y que
llegaban más pronto al fondo del abismo.
Como había tenido cuidado de anotar escrupulosamente las veces que cambiábamos la
cuerda, pude calcular con toda exactitud la profundidad a que nos encontrábamos y el
tiempo transcurrido.
Habíamos repetido catorce veces esta maniobra, que duraba media hora
aproximadamente. Eran, pues, siete horas, más catorce cuartos de hora de descanso, o tres
horas y media. En total, diez horas y media; y como habíamos emprendido el descenso a
la una debían ser en aquel momento las once.
En cuanto a la profundidad a que nos encontrábamos, los catorce cambios de una
cuerda de 200 pies representaban un descenso de 2.800.
En este momento se oyó la voz de Hans, que decía:
Me detuve en el instante en que iba a golpear con mis pies la cabeza de mi tío.
—Hemos llegado ya —dijo éste.
—¿Adónde? —pregunté yo, dejándome resbalar el lado suyo.
—Al fondo de la chimenea perpendicular.
—¿No hay, pues, otra salida?
—Sí, una especie de corredor que entreveo, y que se dirige oblicuamente hacia la
derecha. Mañana veremos esto. Cenemos ante todo y dormiremos después.
La oscuridad no era completa todavía. Abrimos el saco de las provisiones, cenamos, y
nos tendimos después a dormir sobre un lecho de piedras y de trozos de lava.
Cuando, tumbado boca arriba, abrí los ojos, vi un punto brillante en le extremidad de
aquel tubo de 3,000 pies de longitud, que se transformaba en un gigantesco anteojo.
Era una estrella despojada de todo centelleo, y que, según mis cálculos, debía ser la
beta de la Osa Menor.
Después me dormí profundamente.