modo quedó el volcán formado gracias al levantamiento de la corteza, y después se abrió
el cráter en la cima de aquél de un modo repentino.
Entonces sucedieron los fenómenos volcánicos a los eruptivos; por las recién formadas
aberturas se escaparon, ante todo, las deyecciones basálticas, de las cuáles ofrecía a
nuestras miradas los más maravillosos ejemplares la planicie que a la sazón cruzábamos.
Caminábamos sobre aquellas rocas pesadas, de color gris oscuro, que al enfriarse habían
adoptado la forma de prismas de bases hexagonales. A lo lejos se veía un gran número de
conos aplastados que fueron en otro tiempo otras tantas bocas ignívomas.
Una vez agotada la erupción basáltica, el volcán, cuya fuerza se acrecentó con la de los
cráteres apagados, dio paso a las lavas y a aquellas tobas de cenizas y de escorias cuyos
amplios derrames contemplaban mis ojos esparcidos, por sus flancos cual cabellera opulenta.
Tal fue la serie de fenómenos que formaron a Islandia. Todos ellos reconocían por
origen los fuegos interiores, y suponer que la masa interna no permaneciese aún en un
estado perenne de incandescencia líquida, era una verdadera locura. Por lo tanto, el
pretender llegar al centro mismo del globo sería una insensatez sin ejemplo.
Así, pues, mientras marchábamos al asalto del Sneffels, me fui tranquilizando respecto
del resultado de nuestra empresa.
El camino se hacía cada vez más difícil; el terreno subía, las rocas oscilaban y era
preciso caminar con mucho tiento para evitar caídas peligrosas.
Hans avanzaba tranquilamente como si fuese por un terreno llano; a veces desaparecía
detrás de los grandes peñascos, y le perdíamos de vista un instante; pero entonces oíamos
un agudo silbido salido de sus labios, que nos indicaba el camino que debíamos seguir.
Con frecuencia también recogía algunas piedras, las colocaba de modo que fuese fácil
reconocerlas después, y fijaba de esta suerte jalones destinados a indicarnos el camino de
regreso. Esta precaución era de por sí excelente; pero los acontecimientos futuros
probaron su inutilidad.
Tres fatigosas horas de marcha se invirtieron tan sólo en llegar a la falda de la montaña.
Allí dio Hans la señal de detenerse, y almorzamos frugalmente. Mi tío se llenaba la boca
para concluir más pronto; pero como aquel alto tenía también por objeto el reparar
nuestras fuerzas, tuvo que someterse a la voluntad del guía que no dio la señal de partida
hasta después de una hora.
Los tres islandeses, tan taciturnos como su camarada el cazador, no desplegaron sus
labios y comieron sobriamente.
Entonces comenzamos a subir las vertientes del Sneffels; su nevada cumbre, por una
ilusión de óptica frecuente en las montañas, me parecía muy próxima, a pesar de lo cual
nos restaban aún muchas horas de camino y muchísimas fatigas, sobre todo, para llegar
hasta ella. Las piedras que no se hallaban ligadas por hierbas ni por ningún cimiento de
tierra, resbalaban bajo nuestros pies y rodaban hasta la llanura con la velocidad de un
alud.
En algunos parajes, las vertientes del monte formaban con el horizonte un ángulo de
36° lo menos. Era materialmente imposible trepar por ellos, siendo preciso rodear estos
pedregosos obstáculos, para lo cual encontrábamos no pocas dificultades. En estas
ocasiones nos prestábamos mutuo auxilio con nuestros herrados bastones.
Debo advertir que mi tío permanecía siempre lo más cerca posible de mí; no me perdía
de vista, y, en más de una ocasión, encontré un sólido apoyo en su brazo. Por lo que