Test Drive | Page 48

los hostiguemos; dejémosles caminar a su albedrío, y ya verás cómo hacemos nuestras diez leguas diarias. —Nosotros no cabe duda, pero el guía... —No te inquietes por el guía. Estas gentes caminan sin darse cuenta de ello. Este nuestro, se mueve tan poco, que no debe fatigarse. Además, si es preciso, yo le cederé mi montura. Así como así, si no me muevo un poco, pronto me acometerán los calambres. Los brazos van muy bien, pero no hay que echar en olvido las piernas. Avanzábamos con paso rápido, y el país iba estando ya casi desierto. De trecho en trecho aparecía el margen de una hondonada, cual pobre mendigante, alguna granja aislada, algún böer solitario, hecho de madera, tierra y lava. Estas miserables chozas parecían implorar la caridad del transeúnte y daban ganas de darles una limosna. En aquel país no hay caminos, ni tan siquiera senderos, y la vegetación, a pesar de ser tan lenta, no tarda en borrar las huellas de los escasos viajeros. Sin embargo, esta parte de la provincia, situada a dos pasos de la capital, es una de las porciones más pobladas y cultivadas de Islandia. ¡Júzguese lo que serán las regiones deshabitadas de aquel desierto! Habíamos recorrido ya media milla sin haber encontrado ni un labriego sentado a la puerta de su cabaña. ni un pastor salvaje apacentando un rebaño menos salvaje que él: tan sólo habíamos visto algunas vacas y carneros completamente abandonados. ¿Qué serían las regiones trastornadas, removidas por los fenómenos eruptivos, hijas de las explosiones volcánicas y de las conmociones subterráneas? Destinados nos hallábamos a conocerlas más tarde: pero, al consultar el mapa de Olsen, vi que siguiendo los tortuosos contornos de la playa nos apartábamos de ellos, toda vez que el gran movimiento plutónico se ha concentrado especialmente en el interior de la isla, donde las capas horizontales de rocas sobrepuestas, llamadas en escandinava trapps, las fajas traquíticas, las erupciones de basalto, de toba y de todos los conglomerados volcánicos, las corrientes de lava y de pórfido en fusión, han formado un país que inspira un horror sobrenatural. Entonces no sospechaba el espectáculo que nos esperaba en la península del Sneffels, en donde estos residuos de naturaleza volcánica forman un caos espantoso. Dos horas después de nuestra salida de Reykiavik, llegarnos a la villa de Gufunes, llamada aoalkirkja o iglesia principal, que no ofrece cosa alguna de notable. Sólo tiene algunas casas que no bastarían para formar un lugarejo alemán. Hans se detuvo allí media hora, aproximadamente, compartió con nosotros nuestro frugal almuerzo, respondió con monosílabos a las preguntas de mi tío relativas a la naturaleza del camino, y cuando le preguntó dónde tenía pensada que pasásemos la noche, respondió secamente. —Gardär. Consulté el mapa para ver lo que era Gardär, y viendo un caserío de este nombre a orillas del Hvalfjörd, a cuatro millas de Reykiavik, se lo mostré a mi tío. —¡Cuatro millas nada más! —exclamó—. ¡Tan sólo cuatro millas de las veintidós que tenemos que andar! ¡Es un bonito paseo! Quiso hacer una observación al guía; pero éste, sin escucharle, volvió a ponerse delante de los caballos y emprendió de nuevo la marcha. Tres horas más tarde, sin dejar nunca de caminar sobre el descolorido césped, tuvimos que contornear el Kollafjörd, rodeo más fácil y rápido que la travesía del golfo. No