Hacia la mitad de la calle no ocupada por el comercio, encontré el cementerio público,
rodeado de una tapia de adobes, el cual es bastante espacioso. Pocos pasos después, me
encontré delante de la casa del gobernador, que es una mala choza si se la compara con la
casa Ayuntamiento de Hamburgo: pero que resulta un palacio al lado de las cabañas en
las cuales se aloja la población islandesa.
Entre la ciudad y el lago, se elevaba la iglesia, edificada con arreglo al gusto protestante
y construida con cantos calcinados que los volcanes arrojan. Las tejas coloradas de su
techo seguramente se dispersarían por los aires, con vivo sentimiento de los fieles, al
arreciar los vientos del Oeste.
Sobra una eminencia inmediata vi la Escuela Nacional, donde, según supe después por
nuestro huésped, se enseñaba el hebreo, el inglés, el francés y el danés, cuatro lenguas de
las cuales no conocía una palabra, cosa que me llenaba de bochorno, pues hubiera sido el
más atrasado de los cuarenta alumnos matriculados en el pequeño colegio, e indigno de
acostarme con ellos en aquellos armarios de dos compartimientos donde otros más
delicados se asfixiarían la primera noche.
En tres horas recorrí no sólo la ciudad, sino sus alrededores también. Su aspecto general
era singularmente triste. No había árboles ni nada que mereciese el nombre de
vegetación. Por todas partes se veían picos de rocas volcánicas. Las cabañas de los
islandeses están hechas de tierras y de turba, y tienen sus paredes inclinadas hacia dentro,
de suerte que parecen tejados colocados sobre al suelo. Empero estos tejados son praderas
relativamente fértiles, pues, gracias al calor de las habitaciones, brota en ellos la hierba
con bastante facilidad, siendo preciso segarla en la época de la recolección para que los
animales domésticos no pretendan pacer sobre estas verdes mansiones.
Durante mi excursión, encontré muy pocas personas; mas cuando volví a pasar por la
calle del comercio, vi que la mayoría de la población se hallaba ocupada en secar, salar y
cargar bacalaos, que constituyen allí el principal artículo de exportación. Los hombres
parecían vigorosos, pero tardos; una especie de alemanes rubios, de mirada pensativa,
que se creen separados de la humanidad, infelices desterrados en aquellas heladas
regiones, a quienes la Naturaleza hubiera debido hacer esquimales, ya que los condenó a
vivir dentro de los límites del Círculo Polar Ártico. Traté en vano de sorprender una
sonrisa en sus rostros; reían a veces mediante una contracción involuntaria de sus
músculos; pero no sonreían jamás.
Sus vestidos consistían en una basta chaqueta de lana negra, conocida en todos los
países escandinavos con el nombre de vadmel, sombrero de amplias alas, pantalón
orillado de rojo y unos trozos de cuero arrollados en los pies a manera de calzado.
Las mujeres, de rostro triste y resignado, y cuyo tipo es bastante agradable, aunque
carecen de expresión, usan una chaqueta y una falda de vadmel de color oscuro. Las
solteras llevan sobre el trenzado cabello un gorrito de punto de color pardo, y las casadas
se cubren la cabeza con un pañuelo de color sobre el cual se colocan una especie de cofia
blanca.
Cuando, tras un largo paseo, regresé a la casa del señor Fridriksson, mi tío se
encontraba ya en compañía de este último.