—Sí, Axel; y muy digno del sobrino de un sabio. ¡Siempre es bueno para un hombre el
haberse distinguido por alguna gran empresa!
—¡Cómo, Graüben! ¿No tratas de disuadirme con objeto de que renuncie a semejante
expedición?
—No, mi querido Axel; por el contrario, os acompañaría de buena gana si una pobre
muchacha no hubiese de constituir para vosotros un constante estorbo.
—Pero ¿lo dices de veras?
—¡Ya lo creo!
¡Ah, mujeres! ¡Corazones femeninos, incomprensibles siempre! Cuando no sois los
seres más tímidos de la tierra, sois los más arrojados. La razón sobre vosotras no ejerce el
menor poderío. ¿Era posible que Graüben me animase a tomar parte en tan descabellada
expedición, que fuese ella misma capaz de acometer, sin miedo, la aventura, que me
incitase a ella, a pesar del cariño que decía profesarme?
Me hallaba desconcertado y, has F