idéntico camino que el sonido, debía lógicamente llegar lo mismo que él, si antes no me
faltaban las fuerzas.
Me levanté, pues, y comencé más bien a arrastrarme que a andar. La pendiente era
bastante rápida y me dejé resbalar por ella.
Pero pronto la velocidad de mi descenso creció en proporción espantosa. Aquello
simulaba más bien una caída, y yo carecía de fuerzas para detenerme.
De repente, el terreno faltó bajo mis pies, y me sentí caer, rebotando sobre las asperezas
de una galería vertical, de un verdadero pozo: mi cabeza chocó contra una roca aguda, y
perdí el conocimiento.