Test Drive | Page 81

Si mis limitaciones lo hacen sonreír, piense que Faraday aprendió todo en los libros que encuardernaba. Le he escrito porque lo vi en la montaña: helado y loco. Pero si un día baja y piensa como estas gallinas de acá abajo, se me habrá transformado en un Sainte-Beuve cualquiera y me dará asco. Tiene prueba de mi valor porque fui capaz de subirme a un farol, desnudo, para castigarme por cobarde y para demostrarme que era lo suficientemente fuerte como para reírme de los que se iban a reír de mí. Con la diferencia de que yo me reí desde arriba. Hágame el favor de no morirse hasta 1973, fecha en que le enviaré el manuscrito definitivo de mis investigaciones. Estamos en el umbral de una nueva edad. Sufriremos toda clase de arbitrariedades, crímenes e injusticias. Habrá nuevas hogueras. Vano esfuerzo. La era de la Tecnología Moral ha comenzado. Como hace millones de años, otros ojos están abriéndose paso entre los huesos del cráneo. Qué mirador, Sabato! Y qué formidable será el porvenir para los que tengan el sistema nervioso capaz de soportarlo! Si la fuerza anti-mundo me liquida, usted deberá darle forma y hacer conocer todo cuando le llegue a sus manos. SE DESPERTÓ GRITANDO, acababa de verla avanzando en medio del fuego, con su largo pelo negro agitado por las furiosas llamaradas del Mirador, como una delirante antorcha viva. Parecía correr hacia él, en demanda de ayuda. Y de pronto él sintió el fuego en su propio cuerpo, sintió cómo crepitaba su carne y cómo se agitaba debajo de su piel el cuerpo de Alejandra. El agudo dolor y la ansiedad lo despertaron. Volvía el vaticinio. Pero no era la Alejandra que melancólicamente imaginaban algunos, ni tampoco la que Bruno creyó intuir a través de su espíritu abúlico y contemplativo, sino la del sueño y la del fuego, la víctima y victimaria de su padre. Y Sabato volvía a preguntarse por qué la reaparición de Alejandra parecía recordarle su deber de escribir, aun contra todas las potencias que se oponían. Como si fuera preciso intentar una vez más el desciframiento de esas claves cada día má s escondidas. Como si de ese frenesí complicado y dudoso dependiera no sólo la salvación del alma de aquella muchacha sino su propia salvación. Pero salvación de qué? casi gritó en el silencio de su cuarto. 81