Anochecía. De cuando en cuando aparecían los hermanos mayores. Juancho fue
obligado, finalmente, a proseguir el sueño que había interrumpido. Y así Bruno
pasó, por primera vez en su vida, la noche entera al lado de un moribundo. E
intuyó que recién comenzaba a ser un hombre, porque únicamente la muerte
prepara de verdad para la vida; pues la muerte de un solo ser unido a uno con
vínculos entrañables permitía comprender la vida y la muerte de otros seres, por
lejanos que fuesen, y hasta de los más humildes animales. Le daba agua, hasta
pudo aplicarle la inyección de morfina.
Habló en veneciano, quizá sobre hechos de su infancia, porque mencionaba
nombres que nunca le había oído. También palabras sobre un timón o algo así. De
pronto su expresión era de angustia. En otros momentos luchaba contra enemigos,
resolviéndose en su lecho. Luego lo oyó canturrear, y su expresión fue entonces de
felicidad: acercándose a sus labios reconoció deformes restos de LE CAMPANE DE
SAN GIUSTO, aquella canción de los irredentos triestinos que le había cantado
cuando él era un chico.
A los dos días comenzó la agonía.
A Bruno le chocaron la indiferencia cortés, los gestos mecánicos con que el
sacerdote le dio el aceite y rezó las oraciones. Con todo, sintió la solemnidad de la
extremaunción: era su padre que se despedía para siempre de la vida, de aquella
vida que había vivido con tanto coraje y tenacidad.
Dos velas fueron prendidas ante una estampa de San Marco. Juancho le colocó en
el cuello una medalla del santo veneciano. Y el viejo, desde ese momento,
misteriosamente se tranquilizó hasta morir.
CAMINÓ POR ALMIRANTE BROWN
pero al llegar a la esquina de Pinzón vio que el antiguo café de Chichín se había
transformado: la fórmica había reemplazado al mármol de las mesitas. Se sentó
con temor, como un intruso fantasma en un lugar que no le corresponde, después
de casi veinte años de ausencia. Muchos de aquellos que entonces discutían sobre
fútbol habrían muerto, los muchachones que fastidiaban al Loco Barragán serían ya
hombres, se habrían casado, tendrían hijos. Chichín, dónde estaba? El mozo que lo
atendió era nuevo, no lo conocía. Le parecía que estaba enfermo en su casa, o
había muerto. El dueño? Se llamaba Mourente, ese español que atendía la caja. Del
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