Test Drive | Page 302

depresivo de los días de fiesta, sobre todo en ese barrio, cuando los chicos que corretean por el jardín zoológico ya han sido retirados por sus padres o niñeras, y cuando los marineros, corridos por el frío y la llovizna, se han metido en los bares de la calle Santa Fe, con sus chicas regulares o con las modestas turritas que los acompañan a tomar un submarino caliente con medialunas. Nadie se veía en aquella solitaria vereda, excepto un muchacho flaco tomado de los barrotes de la verja con sus dos manos, con los brazos abiertos en cruz, mirando hacia el interior del zoológico, estático, y al parecer indiferente a la llovizna, porque no llevaba otra ropa que unos blue-jeans desteñidos y una campera tan deshilachada como sus pantalones, componiendo una figura desmañada y un poco grotesca. Hasta que al acercarse un poco más advirtió que era Nacho, momento en que se detuvo como si estuviera cometiendo una mala acción o sorprendiendo a alguien en un acto de absoluta intimidad. De modo que se alejó, dando un rodeo, cuidando la posibilidad deque el chico dejara de observar fijamente aquel jardín silencioso, con sus animales perdidos como inofensivos fantasmas. Hasta que, una vez a suficiente distancia, se detuvo a observarlo desde atrás de un plátano, fascinado por su presencia y por su actitud estática y contemplativa. MIENTRAS NACHO tenía como tantas otras veces siete años, lejos del territorio de la suciedad y la desesperación, sentado en el suelo, a la sombra del quiosquito, descifrando RAYO ROJO, sintiendo la tranquila respiración del Milord, tirado a todo lo largo, con su color café con leche y sus manchas blanquecinas de perro callejero, dormitando a sus pies, sin duda soñando en apacibles meditaciones de siesta, seguro en el mundo por saberse al lado de Fuerzas Poderosas y Benefactoras, sobre todo Carlucho, doblemente gigantesco sobre su sillita enana, tomando con pensativa lentitud su mate en jarrito enlozado, meditando en su hora filosófica; meditación (según Bruno) que de ninguna manera podía ser molestada por la presencia del chico ni del Milord sino, por el contrario, facilitada y hasta fomentada, ya que sus Pensamientos no eran para sí solo sino, dada la condición de su espíritu, para la Humanidad en general y para aquellos dos seres desamparados muy en especial. Así que mientras el chico leía el RAYO ROJO y el Milord soñaba seguramente con hermosos huesos y aquellas lindas caminatas de los días feriados por la Isla Maciel, 302