Momento en que el Coco no dio más y gritó lo que pasa es que ustedes en la puta
life van a realizar que esos conflictos no son individuales, que no son más que
subproductos de la alienación general de la sociedad de consumo.
De nuevo con la Revolución, pensé. Y efectivamente, la discusión se politizó y se
emitieron importantes veredictos:
—No señor, a mí me interesa ser aceptada como mujer, no como objeto de
consumo. Qué te creés, mamarracho, que soy Isabel Sarli porque tengo un buen
par de tetas?
—Es un problema urbano, que está pidiendo a gritos una estructura de cambio —
dijo Arturito, que es arquitecto, y que, hay que decir la verdad, hasta ese momento
no había abierto la boca.
—Bueno, pero es distinto si va dirigido a un lumpen.
—Y vos, qué tenés contra la cultura masiva?
—Es que no podés desclasarte. Hay un contexto y tenés que manejarte dentro de
él.
—Pero asumirse como clase alta no significa negar falencias. Tampoco es cosa de
ponerse mecanicista.
—Sí, pero hay un quantum que deberías tener en cuenta!
—Si escapás a las pautas que te impone el medio sos sancionada.
Momento en que la pobrecita de Cristina, que prudentemente se había mantenido al
margen, tanto por no parecer demasiado estúpida dijo algo sobre la interpretación
de no sé qué libro. Pobre jovata! La miraron como a alguien que en la Era de la
Locomotora viene en sulky. Lectura, animal! Lectura! La lectura de GUERNICA, por
ejemplo, desde el punto de vista de un burgués. Así que Cristina se calló y poquito
a poquito vi cómo se fue retirando hasta donde estaba el Nene Costa, debajo de un
árbol, leyendo el PLAYBOY.
MIRÁ ESTA CARA, LE DIJO EL NENE
—Qué. Una mujer gastada, debe fumar mucho.
Leyó su nombre: E. Kronhausen.
—Y ésta de abajo —indicó el Nene—. P. Kronhausen.
Cristina preguntó si eran hermanas.
—No, viven juntos. Un matrimonio.
—Un matrimonio de hermanas?
277