arrojado por Domínguez le arrancase aquel ojo que él había soñado y pintado
durante años colgando sangrientamente de un trozo de piel. Los hombres se
movían como sonámbulos hacia regiones a las que oscuramente eran atraídos.
Ahora, por ejemplo, qué podía haber en ese conjunto de mamarrachos de destino y
qué de casualidad? Trataba de descubrir debajo de sus caras falsas y sus poses
sofisticadas el terrible sentido, como un especialista en espionaje trata de encontrar
las verdaderas palabras de destrucción debajo de una carta de mujer con chismes
sobre una reunión social. Que se imaginaran a la tía Teresita, exclamaba Quique,
abriendo teatralmente sus largos brazos como aspas, después de pasarse la vida en
la sacristía del Pilar, morirse, llegar al sitio ese y encontrarse con que el Tipo que
maneja la Cosa no es Cristo, sino, disons, un sujeto con varios brazos. Eso es:
mensajes espantosos traídos por clowns. Había que estudiar cada palabra, cada
gesto, no se debía dejar un solo rincón de la realidad sin examen, un solo paso de
Schneider o de sus amigos sin escrutar. Recuerden a Maupassant loco, a Rimbaud
terminando en el delirio, escribía Fernando. Y tantos otros anónimos, que
concluyeron horrendamente sus días: entre las paredes de un manicomio,
torturados por la policía, asfixiados en pozos ciegos, tragados por ciénagas,
comidos por hormigas carniceras en el África, devorados por tiburones, castrados y
vendidos como esclavos a sultanes del Oriente. Sólo que Vidal Olmos había
olvidado mencionar castigos más sutiles, pero quizá por eso mismo más temibles.
—Era un filántropo. No saben que inventó la guillotina para evitar sufrimientos? Los
verdugos borrachos no acertaban, te cortaban un brazo, te machucaban una
pierna. Esas cosas. Y lo notable es que ce pauvre Monsieur Guillotin no pudo
industrializar la idea. Se la industrializó un técnico alemán, claro. Que se llenó de
guita a costa de la Revolución Francesa. Pero Dios lo castigó, porque una mina le
sacó hasta el último franco. O sea que el único que al final vivió a costa de los
ideales de Saint-Just fue una turrita que a Saint-Just lo hubiese hecho vomitar. Que
eso es la dialéctica, como mantiene el Maestro Sabato.
También recordó las drogas, uno de los probables instrumentos de Schneider.
Pampita tenía un tic en la mejilla, y también el Nene Costa.
CON LA LLEGADA DEL COCO BEMBERG 10
10 Bemberg, como otros apellidos de este capítulo, son típicos de la clase alta. (N. del Ed.)
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